Bienvenido(a) a mi blog. Aquí observo, opino, cuento. Al principio de los años 90, escribía en una lista de distribución llamada Atarraya mis recuerdos y vivencias cotidianas e intrascendentes, para que no se me olvidaran. He recogido en este espacio algunos de aquellos escritos, con la fecha inicial de envío y desde el 2005 los completo con cuentos, historias y opiniones cotidianas.
Wednesday, November 09, 2005
Amores diestros y siniestros
Sus buenos amigos estaban dispuestos a encontrarle una pareja nueva para que se le quitara la languidez tan poco característica que había desarrollado desde su separación. Se la pasaban entonces preguntándole qué era lo primero que le llamaba la atención en una mujer. Marcos respondía cualquier cosa típica: los ojos, los senos, el pelo, las piernas. Pero no era cierto. Marcos Cardenal se fijaba, antes que nada, en las manos. Le gustaban las manos femeninas de uñas cuidadas sin que fueran demasiado llamativas. Le gustaban los dedos alargados o ligeramente espatulados de las mujeres artistas y de las mujeres prácticas. Le gustaba imaginarse que eran manos que cocinaban, que tocaban, que indicaban, que acariciaban. Manos ágiles de guitarra, piano y castañuelas, manos que hacen hojaldres y tortas de manzanas, manos de computistas, de dibujantes, de costurera. Le gustaba fijarse si tenían anillos o no y si eran manos que se movían o quedaban estáticas.
Marcos, tenía, de hecho, una gran fascinación con las manos femeninas. Pero la fascinación era aún mayor con lo que venía antes que ellas. A Marcos le gustaban las muñecas delgadas y ágiles de las pianistas o de las violoncelistas que sugerían unas manos perfectas. Y en esa observación cotidiana de manos y muñecas, la mirada de Marcos caía, muy de vez en cuando, en alguna muñeca especial adornada de un reloj. No, no se trata del reloj, se trata de la muñeca, y, en particular, de qué muñeca. Cuando Marcos se daba cuenta que el reloj, de oro o de pacotilla, el Cartier o el Swatch o el Seiko, caían en la muñeca derecha, su búsqueda terminaba.
Era entonces, y sólo entonces, que pasaba a observar el resto.
Era entonces que veía el rostro, los ojos, el pelo, que notaba el timbre de la voz y el blanco de los dientes, y si la poseedora de la muñeca estaba de pie, podía apreciar el porte, el cuerpo, las piernas, la talla, la edad. Entonces, aunque Marcos lo negara, la poseedora de tal reloj en la muñeca derecha ya había ganado un prejuicio favorable dentro de su mente y sentía que la comunicación, la empatía y el interés eran instantáneos, como que se hubiesen conocido siempre.
Claro que Marcos nunca aceptará que ese es el orden de las cosas. Para él, los eventos que acabo de narrarles se van desarrollando en el orden inverso. Comienzan por el interés, la conversación, y terminan por el asombrado descubrimiento de que está hablando con una zurda. Pero no intenten convencerlo de lo contrario, pena perdida, Marcos es así.
Es exactamente así como el recuerda que conoció a su esposa en una fiesta de matrimonio fastidiosa a la que había tenido que ir casi obligado. Le tocó sentarse al lado de una mujer menuda e interesante que resultó ser Alicia. Según Marcos, el chispazo fue inmediato. Nunca había conocido a nadie tan fascinante, tan culta, tan profunda y a la vez tan sexy y tan atractiva. Alicia le confesó mas tarde que había pensado lo mismo de él. Además de leido e inteligente, Marcos era una gran conversador y tenía el don de hacer reir a las mujeres e interesarse por ellas. Así que Alicia había quedado impactada, al menos según lo que le dijo a Marcos. Y, sostiene Marcos, que fue después, mucho después de haber sido hipnotizado por la increíble personalidad de Alicia y por la fuerte empatía que existía entre los dos que se dió cuenta de que ella agarraba la copa de vino con la mano izquierda. La regla de la zurda no le falló: su cerebro, su química y sus gustos parecían estar perfectamente al unísono de ciertas mujeres, que terminaban todas siendo mas o menos zurdas.
Zurda había sido su primera novia con la que se daba besos a escondidas a la salida del liceo, luego había tenido una serie de amigas cercanas y una que otra amante zurda o ambidiestra y, finalmente Alicia. Alicia era absoluta y fabulosamente zurda. Marcos se quedaba embelesado cuando se daba cuenta de que apenas si podía empujar los botones de ascensor con la mano derecha. Y se derretía de ternura al notar su torpeza cuando se empeñaba en abrir las latas de diablitos con los abre latas de diestros.
“Déjame que te ayude” le decía, mientras le quitaba el diablito y el abre latas de las manos, para luego abrazarla y besarle el cuello.
Con Alicia había pasado los mejores años de su vida. Se entendían perfectamente. El no necesitaba hablar porque Alicia ya sabía lo que iba a decir, ella adivinaba sus gustos, sus pensamientos y sus estados de ánimo y el hacía lo mísmo con ella. Eran la pareja perfecta, dos seres totalmente compenetrados que se entendían y se querían. Eso pensaba Marcos hasta el fatídico día en que Alicia, su sexy, atractiva, llamativa e inteligente Alicia, se le sentó al lado en el magnífico sofá de cuero color camello. Era su sofá favorito, donde el se sentaba a menudo a ver televisión o a trabajar con su portátil. El sofá formaba parte de los exquisitos muebles que Alicia había mandado a venir de Milán para decorar el penthouse de tres pisos que habían comprado recientemente. Después de sentarse, Alicia le dio un breve beso en los labios y le acarició el mechón de pelo que siempre le caía en la frente, un gesto zalamero que hacía a menudo cuando tenía algo que pedirle.
“Marcos, tengo algo que decirte”
“Diga”, respondió Marcos, sin separar los ojos de su portátil
“Prefiero decírtelo de frente que dejarte una nota”, Marcos levantó los ojos de los lentes de lectura, intrigado, pero siguió tecleando.
“Diga, pués”
“Me voy”
“¿Para dónde?” el tecleo no paraba, ni los ojos se separaban de la pantalla…
“No entiendes, me voy ida, …te dejo”
“¿Me dejas? ¿Y porqué?” Preguntó Marcos alarmado. Esta vez, levantó la cabeza y dejó el portátil a un lado, para poder digerir mas fácilmente la insólita noticia.
“Porque me enamoré de otro”
“¿De otro? ¿De quién?”
“De Humberto, lo siento Marcos, me voy con Humberto”
¿Con Humberto? Todavía a Marcos la cosa le parecía increíble, perder a su esposa con un amigo, aunque tan amigo no fue, ya era una píldora dura de tragar, pero ¿Humberto? El muñequito de torta de Humberto, con sus juegos de golf semanales, el squash cada dos días, la participación anual al marathon de Boston, el BMW descapotable, los trajes de Ermenegildo Zegna y los indispensables zapatos cosidos a mano de Bottega Veneta ¡Si el ni sabía qué carajo era Bottega Veneta antes que el patiquín de Humberto se lo explicara! ¿Qué diablos le había encontrado Alicia, su Alicia culta, inteligente, profunda, al estúpido cabeza de chorlito que sólo pensaba en su cuerpo, en carros, vinos y en ropa?
La rabia y los celos no parecían haberse amainado, cada vez que recordaba la escena sentía que le hervía la sangre. Sus amigos, inútilmente, habían tratado de convencerlo que la única manera de sacar a un clavo es con otro clavo, pero Marcos se negaba a ir a fiestas o intentar conocer nuevas mujeres, se decía que era inútil y que nunca mas podría querer a nadie mas así como quiso a Alicia. En su vida cotidiana, veía a Alicia en todas partes: en las matas que a ella le encantaba cuidar, en los mensajes telefónicos que ahora no le dejaba, en las idas al mercado, que ya no hacían juntos, en las películas que ya no tenía con quien comentar, en los restaurantes que tenía que descubrir solo, en las lecturas que ella ya no interrumpía.
Cayó lentamente en una depresión profunda de esas que sólo los hombres despechados pueden llegar a tener. Por fuera, parecía el Marcos de siempre, pero su secretaria se dió cuenta desde el principio que algo andaba mal. Comenzó a ir menos a la oficina y se limitaba en comunicar con monosílabos por correo electrónico, luego cortó el celular y comenzó a responder cada vez menos el teléfono. Sus amigos y su familia comenzaron a no saber nada de él y su socio, que era la única persona con la cual mantenía el contacto, comenzó a preocuparse seriamente por el estado mental en el que Marcos podía haberse sumido.
Y así fue como un día, de la nada, recibió la llamada de su tía favorita. Se trataba de su tía Lourdes, hermana gemela de su mamá. Lourdes le indicaba que necesitaba urgentemente que la ayudara con la instalación de los sistemas informáticos del Colegio del cual era directora. Marcos le dijo que se buscara a tal o cual consultante para éso, pero Lourdes no soltaba prenda.
“Pero Marcos, tu sabes como es, yo no les tengo confianza, necesito que tu los supervises, que revises las cuentas, que hables con los técnicos, sin tu ayuda, cualquiera me engaña, no le puedes negar eso a tu tía Lourdes”.
Fue así como terminó retirado por un tiempo en un ambiente totalmente distinto. Pero el retiro forzado en ese lugar alejado, fuera de la ciudad, no parecía hacerle el menor efecto. Si bien era cierto que estaba alejado de todos aquellos que le recordaban a Alicia, también era cierto que tenía mas tiempo entre sus manos para pensar en ella.
Pero el trabajo le hacía bien. Tenía años que no supervisaba personalmente el montaje de un sistema completo. Ése había sido su trabajo cuando le habían traido a su laboratorio universitario las máquinas UNIX que había conseguido con una subvención gringa. Había habido plata para máquinas, pero no para técnicos. Y fue gracias a esa nueva experticia que desarrolló que, años después, encontraría la idea de base para lanzar su empresa. La experiencia, siempre da sus frutos, se decía. Y fue así como los días transcurrían apaciblemente trabajando codo a codo con los técnicos que instalaban los sistemas operativos de las máquinas que su tía Lourdes quería que montaran. De vez en cuando, para descansar la mente, salía a dar un paseo por el hermoso jardín del Colegio.
Fue en uno de esos paseos de media tarde cuando la mirada de Marcos se topó de pronto con una muñeca diestra adornada de un tosco reloj de semicuero negro. Antes de que el consciente se diera cuenta de que se había topado con un extraño trébol de cuatro hojas, el inconsciente iba haciendo una reseña del personaje inaudito que leía tranquilamente un libro sentada en una de las anticuadas sillas del jardín . Tenía el uniforme negro de puños blancos que normalmente usaban las novicias, pero el pelo estaba totalmente escondido por un tocado cerrado y rígido que usan generalmente las monjas mas viejas. Tenía una cara límpida, de grandes ojos color miel y nariz recta y unas cejas bien delineadas que en cualquier momento se levantarían en señal de sorpresa.
“Buenas tardes”, le dijo Marcos.
“Buenas tardes”, respondió ella brevemente, levantando sorprendida los ojos del libro.
La vería varias veces en los días que siguieron, obteniendo apenas algún detalle suplementario. Se llamaba Sor Amalia y venía de un convento distinto. Por lo que había podido entender de la explicación de su tía, se trataba de una especia de pasantía que, durante los meses de vacaciones escolares, hacían algunas monjas en los conventos de las otras. A Marcos le pareció muy gracioso lo de la pasantía, porque en el fondo, el también estaba de pasantía. Una pasantía inventada por su tía monja y directora del colegio y convento de Nuestra Señora del Santo Rosario.
Por primera vez, esa noche, la imagen obligada y dolorosa de Alicia fue suplantada por los recuerdos de su paseo por el jardín. Soñó con unos grandes ojos color miel, que se despegaban de un libro para mirarlo en señal de sorpresa.
Por supuesto que, si le preguntan, Marcos les dirá que, en ese momento, no se había percatado del detalle del reloj de la muñeca derecha, que eso vino después, mucho después de encontrar la manera de tener largas conversaciones sobre filosofía, literatura, física cuántica y matemáticas con Sor Amalia.
La vida de las monjas presentaba un cierto rigor y una dulce disciplina a la que Marcos, a pesar de ser un simple espectador, se fue acostumbrando poco a poco. El día transcurría basándose en la organización dada por la Liturgia de las Horas, también llamado Oficio Divino que consiste en parar los oficios cotidianos con una serie de rezos que tienen lugar a horas precisas de la jornada.
Las dos oraciones mayores son el Laudes y las Vísperas, que sirven, respectivamente, para empezar y finalizar la jornada de trabajo. Entre las dos, la Liturgia recomienda oraciones a instantes precisos: la “Tercia” que se refiere a la tercera hora tras la salida del sol, la “Sexta” que es la oración de la sexta hora, y la “Novena”, que se refiere a la novena hora. El día finaliza con las “Completas” que se dicen antes de irse a acostar. En el convento, el día comenzaba a las seis de la mañana a la hora de levantarse. Poco después, las hermanas rezaban el Laudes, seguido por la ceremonia Eucarística y el desayuno. Después de una mañana de trabajo, la labor se paraba para rezar la Sexta e ir a almorzar. Después de la comida, las monjas contaban con un período de descanso antes de pasar a la Nona y al rezo del Santo Rosario. La jornada continuaba con horas dedicadas al estudio o al trabajo para luego pasar a las Vísperas, la Cena, un período de descanso y las Completas y el Salve antes de acostarse.
Al principio, Marcos no entendía muy bien cual era el horario, con el tiempo, las explicaciones de su tía y una sabia búsqueda por Internet, se dió cuenta de que tenía dos momentos cruciales en los que podía intentar conversar con Sor Amalia: después de comida antes de la Nona, cruzando los dedos de que estuviese sola en el jardín, o en las horas de trabajo, entre el Santo Rosario y las Vísperas. Como Sor Amalia era profesora, parte de su trabajo consistía en preparar el programa de clases, así que buena parte del tiempo lo pasaba en la biblioteca, que, a falta de alumnas, estaba vacía en esa época del año. Con la excusa de que no sabía donde se encontraba un libro preciso que necesitaba consultar, Marcos pudo un día entablar la conversación con Sor Amalia. Le preguntó por sus clases, por sus intereses y comenzaron a hablar de Ciencias. Al día siguiente, siguieron la conversación con una nueva excusa, y al final de la semana, ya Marcos se atrevía a echar chistes y hacerla reir. El reía también. Y, de pronto se percató que era la primera vez que lo hacía desde su separación de Alicia.
De hecho, se dio cuenta que, desde hacía mas de una semana, no se había acordado de ella.
Ya el trabajo en el convento llegaba a su fin, pero Marcos lo alargaba adrede. La regla de la zurda no fallaba: Amalia era una zurda perfecta; inteligente, culta, divertida, a pesar de la reticencia y de la ligera timidez que tenía, según el, por el hecho de ser monja. Le causaba gracia que nunca le hubiese visto el pelo, se preguntaba como lo tendría. ¿Rizado o liso, mas claro o mas oscuro que las cejas? Imposible tampoco definir su cuerpo, adivinaba, por su forma ligera de caminar, que tendría las piernas largas. Pero era imposible saber a qué tipo de cuerpo correspondía, aquellos que habían diseñado el uniforme de las monjas sabían muy bien lo que hacían.
Por fin, llegó el momento de despedirse. Amalia comenzaba las clases y Marcos ya no tenía razón de seguir supervisando nada. Se despidieron con un apretón de manos, después del cual, ella le dijo simplemente:
“Suerte”.
En las semanas que siguieron, el se preguntaba qué diablos quería decir ella con “suerte”. ¿Suerte para qué?
En la oficina se alegraron de verlo de vuelta. Las secretarias y su socio se echaban miradas de satisfacción al darse cuenta de que Marcos era el Marcos de siempre. El, por su cuenta, tenía ahora a Amalia en la mente. Pero, la verdad es que no se sentía muy bien parado. ¡Hay que ver, se decía, que entre todas las mujeres que hubiese podido encontrar para olvidarse de Alicia, tenía que toparse justamente con una monja!
Por fin, después de mucha hesitación, decidió llamar al colegio donde Amalia debía dar clases. No sabía cómo pero quería encontrar una manera de volverla a ver ¡así se tuviera que meter a cura para éllo!
Pero le esperaba una mala sorpresa. La telefonista fue muy clara:
“Lo siento, pero aquí no hay ninguna Sor Amalia”, le dijo.
“Quizás la conozca por otro nombre, se trata de una monja joven, profesora de Ciencias..”
“Lo lamento mucho, pero sólo tenemos dos profesoras de Ciencias. Son mujeres laicas, y ambas se van a retirar el año que viene”
Frustrado, Marcos no siguió insistiendo. Pero quería ver a Amalia de nuevo, necesitaba verla…
De pronto dió con la solución y se maldijo a si mismo por no haberlo pensado antes: ¡Su tía Lourdes, seguro que élla sabía donde estaba Amalia!”.
La llamó cuanto antes, pero la tía lo refirió al mismo colegio. Desalentado, se dió cuenta entonces de que la pista no estaba dando nuevos resultados.
Se dejó llevar por el mal humor durante unos días, hasta el día en que, al abrir el correo de su oficina, encontró un ticket para ir a ver una obra de teatro. Un solo ticket.
Ese Sábado en la noche se presentó a la misteriosa función en el teatro de los Cuatro Centavos. Se trataba de una obra moderna a la que normalmente no se hubiese interesado. Pero allí, en la segunda escena, con una larga peluca rubia, o quizás era su propio pelo, sin toca, ni uniforme, ni rosario que le guindara de la cintura, estaba Amalia. Una Amalia interesante, histriónica, menuda y curvilínea. Marcos no salía de su asombro el cual, poco a poco, a medida que avanzaba la función se fue convirtiendo en una extraña mezcla de indignación con alegría.
La quiso ver después de la función para pedirle explicaciones.
“ ¡Me engañaste!” fue lo primero que se le ocurrió decirle al verla.
“No te engañé, estaba actuando, estaba practicando el rol de monja para una película”, respondió Amalia.
“Pero has podido decírmelo”
“ Bueno, esta es mi forma de decírtelo”
Seguía molesto por el engaño, pero, por otro lado, Marcos estaba sumamente contento de no tener que lidear realmente con una religiosa. De hecho, a pesar de que no tenía escrúpulos religiosos, se había dado cuenta de que la logística de conquistar a una monja de convento era bastante difícil de realizar. Entre los Laudes, los cánticos y los rosarios, casi no había oportunidades de comunicarse, ni de poderle hablar a solas, ni de invitarla a salir…era mejor que no fuera monja.
En las semanas siguientes continuaron viéndose y la relación se consolidó rápidamente. Nunca más Marcos volvió a acordarse de Alicia. Se decía que un clavo saca a otro clavo y que no hay como una zurda para sacar a otra zurda.
Se preguntarán cómo fue que yo me enteré de toda la historia y cómo es que puedo conocer tan bien ciertos detalles de la personalidad de Marcos. Pues bien, Marcos había sido mi jefe en una vida profesional anterior, pero la verdad es que nunca habíamos estado en contacto desde que yo me había mudado del país. Fue entonces por pura casualidad que nos encontramos cuando tuve que hacer escala en Zurich, en uno de mis viajes. Vi a Marcos, sentado con Amalia Padrón, una antigua compañera de Colegio. Nos abrazamos y nos besamos con cordialidad y luego, Amalia y yo, decidimos irnos por allí a curucutear en las tiendas del aeropuerto para matar las horas de espera de nuestros vuelos respectivos.
Fue así como Amalia me echó el asombroso cuento de cómo Marcos y ella se habían conocido. Yo la oí con atención y la insólita historia me causó mucha gracia en particular por el detalle de las zurdas que, para Amalia, había sido un verdadero descubrimiento. Yo me sonreí.
“Pero no, Amalia, si ya en la época en que trabajábamos juntos, todos sabíamos que Marcos tenía fascinación con las zurdas. Lo gracioso es que el siempre ha pretendido que es un gran secreto mientras que el gran chiste en la empresa era que si querías que te hiciera caso, había que cambiarse el reloj de muñeca o asegurarse que te viera agarrando el lápiz con la izquierda…” le dije riendo.
De pronto me paré en seco y le dije:
“Pero Amalia, ….yo no recuerdo que tu fueras zurda”
Ella echó una carcajada con ganas y me guiñó el ojo.
“No, no lo era, ahora sí, …acuérdate que soy actriz”
“Pero tu al principio no sabías…”
“No, no sabía”
“Y, entonces, ¿Cómo fue que se te ocurrió ponerte el reloj en la muñeca derecha?”
“No, no fui yo,…fue Lourdes ”.
Apostilla
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5 comments:
Super, de verdad, muy bueno, saludos,
Lo hiciste de nuevo, Bruni!
Me quedé pegada a la pantalla con la misma sed que acompaña a la lectura de un libro...
No cualquier libro, nooo, mas bien de esos que no nos dejan trabajar, ni atender nuestros quehaceres; porque queremos saber el final.
Liz
Dino, Liz gracias por dejarme un mensaje. Me alegra mucho que les haya gustado.
Excelente. Escribes muy bien. No soy aficionado de la ficción y lo leí con gusto. Saludos.
Excelente. Gracias por este relato.
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