Friday, August 05, 2005

Los mangos 1/6/91 (4/8/5)




¿Cuál me gustaría comer
entre el mango y la manzana?
contestaré amigo mío
que el mango me da más ganas.

El mango lo como yo
también lo comió mi abuelo
además tiene el sabor
que saca de nuestro suelo.

…….

Que el chic galán a su novia
cuando quiere regalar
prefiere darle manzana
antes que el mango vulgar.

Amigo esta no es razón
se lo digo sin porfía
el galán procede así
por complejo y monería

Pa´una dama delicada
comer mango es indecente
porque se ensucian las manos
y hebras deja entre sus dientes.

Amigo esa no es razón
si el mango fuera importado
ella se lo comería
sin tener ese cuidado.

Luis Mariano Rivera

¡Lo que son las cosas! Revisando una revista culinaria americana de una de mis amigas gourmets, me encontré con un especial sobre los mangos. Se trata de una revista afamadísima de esas que compran aquellos que se abonan también a las Revistas de Vinos Californianos, a Architectural Digest y que aspiran algún día pasar el verano en una villa en Toscana y tener una casa de mar en Tahití. Como tales son también mis pretenciones, pues me interesé por la revista y comencé a ojear el especial sobre los mangos.

Según la revista, hay muchos tipos de mangos, pero el mas raro y el mas preciado de todos, es un mango alargado y filamentoso, de un sabor ligeramente acidulado y un tantín difícil de comer. La revista advierte que tal exquisitez sólo existe en contados lugares del mundo y es extremadamente difícil de conseguir en Norteamérica. Sólo los mas afortunados americanos pueden, por lo tanto, tener la oportunidad de saborear ese preciado tipo de mango.

Me fijé bien en la descripción y en la foto y resulta que se trata nada más y nada menos que..¡Del vulgar mango de hilacha!

Me causó mucha gracia el artículo porque tengo muy gratos recuerdos de mis expediciones de niña a la búsqueda de lo que entonces eran para mi unos muy despreciables mangos.

Vivíamos con mi abuela, en una zona que colindaba con Los Chorros. De hecho, a penas a unas cuadras mas arriba de la modesta casa enrejada de mi abuela, ya podíamos encontrar grandes caserones rodeados de lo que para mi eran enormes extensiones de terrenos donde se alzaban unas imponentes matas de mango.

Cuando mi abuela decidía que era día de hacer jalea, nos encampanábamos a Los Chorros, con unos baldes que de costumbre servían para contener las goteras del patio, pero los días de jalea tenían una función diferente. Mi abuela le pedía a los muchachitos de por allí que le tumbaran uno o dos baldes de mangos. Los muchachitos, los cuales debían tener el beneplácito de los dueños de las casonas sin infraestructura de remoción de mangos maduros, utilizaban unos largos palos tipo boomerang como principal herramienta. Tiraban los palos hacia las matas indicadas, y los mangos caían fácilmente. Hay que decir que los muchachitos tenían una habilidad particular porque yo intenté varias veces tirar el boomerang, y nunca logré hacer caer un solo mango.

"¿Como los quiere, Señora?", le preguntaban a mi abuela.

"De hilacha y verdes, para hacer jalea, Mijo". Los muchachitos examinaban las matas a ver si eran capaces de obtener la mercancía que pedíamos. A veces no era posible y los muchachos entonces nos decían:

“Mejor nos vamos para la quinta de al lado, los de aquí están demasiado maduros".

Y así íbamos de una casona a la otra hasta que por fin encontrábamos la casa y la mata con el tipo de mango apropiado para la jalea de mi abuela.

La operación duraba una media hora, y el precio básico era de unos 40 mangos por bolívar.

No fue sino muchos años después, cuando la producción de la mata de casa de mi mamá atentaba contra las tejas, la grama y la higiene básica de la familia ante la imposibilidad de recoger tanto mango, que entendí la lógica económica de las insólitas transacciones de mangos de Los Chorros.

Mi abuela, quizás por sus raíces carupaneras, siempre prefirió el
mango de hilacha. La indignación que sentía cuando le metían en el balde algún mango de bocado en vez del de hilacha, era la misma que le conocí cuando en Margarita le vendían empanadas de "raya" por empanadas de cazón.

"Mira mijita, que esto no es cazón, sino raya",le reclamaba a la empanadera.

" Señora, es cazón.."

“Mira Mijita, que yo soy de Carúpano, y te digo que esto es raya”

“¡Y yo le aseguro que la empanada es de cazón!”

"¡Me va ella a decir a mi que esto es cazón! ¡Qué bolera!, haciendo pasar raya por cazón! ". Se quejaba mi abuela, y luego agregaba con una indignación coloreada de un ligero regionalismo xenófobo:

“Bueno, que se va a hacer, ¡Es que aquí en Margarita uno nunca se puede confiar de que te vayan a dar verdadero cazón!”.

Mientras tanto, nuestros menos refinados paladares caraqueños, incapaces de detectar tal diferencia, apreciaban muy contentos lo rico de las empanadas.

Regresemos a los mangos.

Después de leer la revista, me acordé de la sabiduría de mi abuela que nunca aceptó comer mangos de ningún otro tipo que no fuera de hilacha. Con nostalgia, me fuí a la frutería mas cercana a buscar el ahora muy codiciado mango de hilacha. Por suerte, conseguí uno, paliducho y flaco. Me imaginé la indignación que hubiese sentido mi abuela al comprar un tal especimen de su fruta favorita. Y, para rematar, pagarlo el equivalente de varios miles de bolívares.

Llegué a casa, lo pelé y lo piqué cuidadosamente, pero me ensucié las manos igual y las hilachas fastidiosas se me enredaron en la boca. Pero, como bien decía la canción:

“Si el mango fuera importado
ella se lo comería

sin tener tanto cuidado”.

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