… a todas las Farides Venezolanas, a sus hijas y a sus nietas y a la memoria de mi abuela, quien estuvo diez años criticándome el cuento.
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Mi abuela Faride cumple hoy 80 años. Es difícil para mi hablar de manera imparcial de ese personaje que es mi abuela. Ya ella sabe que la he mencionado una que otra vez en mis cuentos intrascendentes [1,2,3]. No se pone muy contenta: me mira con cara enojada y utiliza el acento mas carupanero que consigue para decirme cuatro cosas, todas ellas comenzando por "mijita..".
Faride, muy a pesar de ella, es una pionera de la independencia de las mujeres venezolanas. No se trata de las sufragettes de principios de siglo, ni de aquellas mujeres que de alguna u otra manera han luchado por un ideal feminista definido. La lucha de mi abuela fue mucho mas sutil.
A pesar de que una de sus frases favoritas, dirigida a los muchachos varones, es la de que hay que portarse como “Un hombre macho de Carruai”, a mi siempre me quedó el mensaje de que, con su ejemplo, las que tenían que ser “machas de Carruai” eramos nosotras, las mujeres.
Ahora, vaya Ud a saber dónde diablos queda Carruai y de dónde lo sacó mi abuela.
Siendo única hembra de una familia de cinco hermanos, Faride, que en árabe significa "única", creció con una profunda creencia machista de la vida: los mejores platos eran para los hombres, los negocios los llevaban únicamente los hombres, las decisiones las tomaban los hombres, la vida de las mujeres no era más que una prolongación de la vida de sus hombres. Se casó con mi abuelo, un poeta olvidado de Cumaná, y siguió el canon de las mujeres de entonces que era vivir la vida en función de la de sus esposos.
Paradójicamente siempre fue Faride quien manejó el carro, incluso en los viajes casi semanales entre Caracas y Cumaná, quien abria a machetazo limpio los cocos, quien estaba lista para sacar el machete si una culebra salia del cerro de detrás de la casa, quien le decía al plomero lo que tenia que hacer, quien le explicaba esto y aquello a los albañiles en trabajos de reconstrucción, quien hacia las diligencias del banco y de los impuestos sobre la renta. Eso sin contar con que tenia la fama de ser una de las mujeres mas bellas de su época, y a la hora de salir parecía como si no hubiese estado ocupando el tiempo mas que en descansar y ponerse bonita. Aún hoy en dia, entre los corre-corre del banco y las otras diligencias que sigue haciendo, Faride se las arregla para tener una manicure perfecta y estar siempre impecable.
Los rollos psicológicos, productos de la manía de matizar de la sociedad moderna, no parecen haberla afectado en lo mas mínimo. Su algoritmo es muy simple en relación a sus relaciones interpersonales: se es amigo o enemigo, y, dentro de este ultimo grupo están, en orden ascendente de gravedad, los “boleros”, "desgraciados", "bandidos" y "muérganos". Este último epíteto le es generalmente asignado al protagonista de alguna vieja rencilla entre familias, de cuando mi bisabuelo llegó a Carúpano, o de cuando las Alcalá vivían al frente de la casa.
Mi abuela nunca se siente vieja excepto cuando le conviene. Por ejemplo, a la hora de votar, siempre nos pasa a todos por delante de lo mas oronda, feliz de que los años le den el privilegio de no hacer cola. También cuando mis hijos hacen alguna tremendura y los mando a su cuarto “castigados”, mi abuela se va corriendo a rescatarlos y cuando yo reclamo que no me quite autoridad, se hace la viejecita indicando de manera mas que histriónica que le voy a provocar un ataque al corazón, y que, con su edad, la queremos matar dejando llorar a esos pobres niños castigados en el cuarto.
Por otro lado, los años no le han impedido salir de un lado para el otro en lo que sus nietos llamamos el batimóvil, un viejo Dodge Dart que sólo ella es capaz de prender. Eso si, en los nefastos días de parada, que, por supuesto, ella no respetaba, le sacaba al fiscal que se le ocurriera pararla su titulo de manejar: un librito escrito a mano, con una foto de los años treinta, que el pobre fiscal ni siquiera sabía que existía y que, de hecho, era válido de por vida, con lo que le demostraba al desconcertado fiscal que, mijito, como iba a pararla, si ella tenia mas años manejando que los que el tenia de vida...
Faride se las arregla para ser un magneto. Me cuenta mi hermano que en un viaje a Cumaná que hizo con mi abuela, se empeñó tercamente Faride en quedarse sola en el carro, a pesar de las advertencias de mi hermano y mi cuñada, que debían salir a hacer una diligencia. Cuando terminaron, se apresuraron en correr al carro, por cuanto había una muchedumbre de al menos veinte personas alrededor del mismo. Asustados se preguntaban si algo le habría pasado a la abuela. Resulta que al llegar, se dieron cuenta de que estaban todos allí muertos de la risa, oyéndoles los cuentos a Faride. Cuando después le preguntaron cómo era que había llamado la atención de tantos desconocidos, ella les respondió que los llamaba desde el carro y les preguntaba:
“Pss, pss, Mira Mijito, hazme el favor y dime.. ¿eso que está allá, es o no es una culebra?”
Nunca ha hablado ningún otro idioma mas que el Carupanero de su infancia, a pesar de que ha vivido la mayor parte de su vida en Caracas. Nunca aprendió el árabe de sus padres, el portugués de su estadía en Brasil, el Inglés de cuando acompañaba a mi tía a Londres ni el Italiano de sus años en Roma. Nunca adoptó el castellano elegante de mi abuelo poeta ni la dicción perfecta de sus dos hijas. Siempre ha hablado Carupanero sazonado de algunas expresiones provenientes de los galicismos importados al gran puerto que era Carúpano a principios de siglo, donde incluso había un tranvía que se tomaba sólo para pasear los fines de semana. Es así como mi abuela dice:
“Famoso te quedó el vestido”, donde el término “famoso” nada tiene que ver con su significado hispano, sino más bien con la expresión francesa “fameux”.
Yo sospecho que el Carupanero debe ser realmente el Idioma Universal, que todos pueden entender, porque mi abuela nunca ha pasado ningún trabajo en ninguna parte del mundo.
Además, en cualquier mercado del planeta, no hay mejor regateo que el de mi abuela Faride, siempre en su idioma.
La revolución sexual la ha dejado sin cuidado. Típicamente, las mujeres venezolanas de su generación tenían un solo hombre en sus vidas, que adoraban, como élla, aún después de años de muerto. Es así como a cada nuevo noviazgo y desnoviazgo o escapada de vacaciones en pareja de los miembros más jóvenes de la familia le da, en una frase, un veredicto final, colorido e inequívoco:
“A mi no me gustan esas puterías”.
En su época estaba mal visto que una muchacha como élla dijera en público una palabra netamente masculina como “pantalón” y cualquier contacto físico, incluso de baile, con el sexo opuesto le estaba totalmente prohibido. El mayor atrevimiento que mi abuela tenía entonces, era el oir y aprenderse de memoria la osada letra de los tangos de Carlos Gardel y de intentar los complicados juegos de piernas del tango a escondidas, bailando con una escoba. Fue de hecho aceptando bailar uno de esos tangos, que selló para siempre la alianza con mi abuelo, alianza que ha durado casi cuarenta años después de su muerte.
Como muchas abuelas, tiene una memoria prodigiosa en lo que a nombres se refiere y cuando cualquier nuevo amigo aparece dentro de nuestro círculo familiar tiene necesariamente que pasar el test de mi abuela
"Pero dime, Mijito, tu eres de los Herrera de Rio Caribe o de los Herrera de Guiria?" y cuando el personaje en cuestión le dice que se trata de los Herrera de Carúpano, pues ella se asombra,
"¿Cómo va a ser? entonces tu debes ser nieto de Chichita Alcalá, que se casó con Aldemar Herrera.." .
Si mi abuela leyera esta reseña, se pondría brava conmigo y probablemente me diria:
"¡Pero qué tonterias escribes, Brunildita! Si todo el mundo sabe que ni en Rio Caribe ni en Guiria ni en Carúpano hay Herrera….Los Herrera, mijita,
¡ Los Herrera son de Barquisimeto! "
¡Feliz Cumpleaños, Faride!
Mi abuela cumpliría hoy 94 años. Lamentablemente, Faride murió en Caracas el 8 de Enero del 2003. Venezuela atravesaba entonces momentos tormentosos que me impidieron irla a ver antes de su muerte. Quizás fue mejor así, porque la última imagen que conservo de ella es la del personaje lleno de vida de este cuento que, en su fiesta de 90 años, bailaba tango coquetamente con un amigo de la familia.
Por esas casualidades de realismo mágico que a veces me ha brindado la vida, al día siguiente de su muerte recibí una llamada del hospital judío de Montreal, donde soy voluntaria. Me pedían que llamara a una joven paciente que recién había sido diagnosticada de cancer del seno. Busqué mi libreta y un lápiz y me dispuse, como siempre hago, a escribir la información. Mi interlocutora me avisó que se trataba de un nombre bastante inusual.
Así fue deletreándolo cuidadosamente y yo, asombrada, le pregunté si estaba segura. Me dijo que si.
Era un nombre árabe que ella nunca antes había oído.
Mi nueva paciente se llamaba Faride.
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