Tuesday, February 14, 2006

Amores Enredados




Para celebrar el 14 de Febrero, aquí les va una auténtica historia de amor dedicada a dos amigos virtuales cuya historia verídica me inspiró este cuento.



Algunas personas piensan que Dios no existe. Otros piensan que si existe y que está en el cielo y otras saben que existe, que se llama Enrique Samper, y que vive en California.

Enrique es el cerebro fundador de ZumMail y ZumMail es el sistema mas grande de voz y mensajes electrónicos del mundo. Por su red distribuida de ruteadores pasan mensajes de amor, de dolor, de guerra, de lujuria, de finanzas, de protesta, de fastidio, de política, de flirteo, de chistes, de censura, de juegos. Mensajes de niñas adolescentes, y de veteranos retirados, de genios empedernidos, de profesores y maestros, de esposos infieles, de informaciones médicas, de hermanos queridos, de siniestros conspiradores, de embajadores hábiles, de presos famosos, de libertadores, de terroristas , de políticos, de afamados periodistas, de madres tristes, de colegas envidiosos, de viejos verdes, de amigos olvidados y de amigos por conocer. Mensajes de voz, de video, de fotos, de dibujos, de poemas, de cuentos, de ecuaciones, de descubrimientos, de encuentros, de filosofía, de pornografía y de fraudes. Mensajes lícitos e ilícitos. Mensajes anodinos y mensajes peligrosos.


Enrique piensa que ZumMail es el mundo y el centro del mundo es entonces ese pequeño cuarto donde vive encerrado con sus cuatro grandes pantallas que usa como terminales. Para Enrique, el mundo se va agrandando en círculos concéntricos al salir del cuarto. Primero encuentra una gran sala de vidrios con cientos de servidores montados en racks, conectados con millares de cables amarillos, azules, rojos y grises. Mas allá de los vidrios, Enrique puede ver el círculo de sus gurues inmediatos, antiguos estudiantes que ahora forman parte de su grupo exclusivo de administradores de sistemas y de investigadores que monitorean la red. En el segundo círculo, están los otros colaboradores: estadísticos, ingenieros, matemáticos, geofísicos, grafistas, lingüistas, sociólogos. Finalmente, en la zona que Enrique casi nunca atraviesa, está la gente de verdad verdad, esos que, cuando dan las cinco de la tarde, tienen una vida aparte a la que se apresuran a regresar: las secretarias, los contables y uno que otro estudiante con ambiciones de hacer una pasantía de verano. Por supuesto, el mundo no termina allí. De vez en cuando, atraviesa el campus y se junta con Rodrigo y con John, sus socios, para que lo tengan al tanto de detalles comerciales, lo cual poco le interesa. Pero rara vez se aventura fuera del Campus de ZumMail.

Enrique tiene un aspecto de hippie viejo, es alto, de larga melena rubia cobriza, de corta barba desaliñada y una barriguita incipiente de los que fueron flacos y atléticos pero que tienen años que no se paran de sus sillas de escritorio. Es uno de los que llaman dinosaurios de Internet, de esos que vivieron de jóvenes el inicio de Arpanet, Milnet y se acuerdan de Kermit y de las direcciones bitnet. Enrique se queja de ser olvidadizo, pero recuerda con memoria fulgurante cuándo fue que supo del primer caballo de troya y la primera vez que definió un virus y un Denial of Service Attack. Con los años, Enrique realizó una taxonomía de los múltiples problemas de seguridad que los nuevos sistemas podían tener y tuvo la brillante idea de implantar algoritmos de búsqueda de vecindad variable en los mísmos. Gracias a esos algoritmos, que sólo el y su grupo conocen con exactitud, los ruteadores pueden advinar si un paquete lleva parte de un mensaje con problemas, si hay una probabilidad elevada de que se esté iniciando un ataque o si se está tratando de explotar alguna falla del sistema. Diferentes análisis se hacen dentro del paquete o entre un paquete y otro y de tales análisis los programas producen mensajes de “warning” que varían en importancia. Es gracias a esta nueva tecnología de búsqueda para afianzar la seguridad que, aunque poca gente lo sabe, casi el mundo entero pasa, de una forma o de otra, por ZumMail, ya que muchos proveedores de servicio dirigen sus mensajes hacia sus ruteadores para prevenir la posibilidad de ataques y virus.

Y es Enrique y su equipo, desde esas cuatro paredes de vidrio, quienes se asegura que todo marche sobre ruedas.

A Enrique le gusta la ropa sencilla. Por definición usa sólo shorts, a menos que la temperatura baje de 15 grados Celsius y unas camisas hawaianas manga corta con bolsillo para poder tener siempre a mano un bolígrafo multicolor que presiona hasta obtener el color apropiado. También carga una mini linterna, un laser y un destornillador. El bolígrafo es para él un útil indispensable para resolver problemas de grafos, mientras que la linterna y el destornillador son para echarle mano a cualquier computador que ande por allí en caso de necesidad. El laser lo tiene mas por nostalgia que por otra cosa ya que es un regalo de sus antiguos colegas, de la época en la que tener un laser era un símbolo de status científico. Su escritorio tiene sólo una tableta cuadriculada siempre abierta en una hoja en blanco, que usa a menudo para enviarle mensajes manuscritos a los miembros de su grupo. Todos saben que Enrique no usa email a menos que se trate de una urgencia. Dejó de hacerlo cuando aún era profesor de Stanford, en 1997, después que Internet se convirtió en una entidad comercial y el mensaje “You have new mail” de su sistema UNIX, que antes era motivo de interés, curiosidad y a veces de alegría, se fue convirtiendo en sinónimo de obligaciones inmediatas y limpieza de spam.

El mail le trae también tristes recuerdos. Fue por mail y jugando con el comando “Talk” que había conocido a su esposa, cuando ambos eran jóvenes investigadores. Marisa había muerto en 1997, el mismo año que el decidió volver a los mensajes manuscritos.

Esa tarde, Enrique estaba jugando un partido de Master Mind consigo mismo, y tratando de adivinar cuál sería la combinación de colores que le tomaría el mayor número de jugadas. Siempre le habían interesado los máximos mas que los mínimos, calcular el mínimo número de pasos era trivial, el máximo es otra cosa. En eso, sus dos gurues favoritos, con los que se reunía a veces para comer y conversar de política, los gemelos Estela y Esteban tocaron la puerta.

Por el vidrio les hizo el gesto de que pasaran adelante

“Tenemos problemas, Enrique”, dijeron casi al unísono.

“¿Dónde?”

“No estamos seguros, pero pensamos que vienen de Venezuela”

“Lo bueno es que los mensajes son en Español, podremos leer directamente”, dijo Enrique.

Tanto Enrique como los gemelos eran de origen hispano.

Estela le mostró el mensaje impreso, que contenía los headers y todas las trazas que habían podido obtener. Enrique echó un vistazo rápido a los warnings creados por sus algoritmos de seguridad.

“Hmm”, se dijo, “esto como que es grave.”


Esteban y Estela sabían lo que eso quería decir. Se fueron a sus respectivos pupitres y le enviaron los detalles de los repertorios de los ficheros a Enrique a una cuenta privada que sólo sus gurúes conocían y que Enrique revisaba sólo en casos como estos.

Al oir el “beep” de que tenía mensaje, Enrique echó la espesa melena larga hacia atrás en un movimiento rápido de cabeza, tecleó algunos comandos desde su tecleado wireless, bebió un sorbo de la lata de Diet Coke que tenía al lado del ratón y accedió a los ficheros.

No entendía.

Al cabo de tres horas de intenso estudio de cada uno de los mensajes y trazas que le habían enviado, Enrique seguía sin entender. Los mensajes de warning estaban allí y claramente indicaban que había un problema grave. Al parecer venían de un usuario llamado “Marta Corot” que comunicaba a menudo desde Caracas con “Juan José Conde” cuyo IP correspondía a un proveedor de servicio de Los Angeles.

Los mensajes eran anodinos, hablaban de películas, de libros, de política, de familia. Juan José y Marta, al parecer, se habían conocido a través de un blog político de nombre inusitado. Enrique se rió pensando cómo diablos se le ocurría a alguien escoger ese nombre. Accedió y chequeó el blog, leyó todos los comentarios recientes, pudo craquear fácilmente el sistema de mensajes y hacerle un seguimiento a cada una de las direcciones. Nada. El blog no le daba ninguna pista.

Al día siguiente, después de una noche de intentos y mas intentos, se dijo que tenía que ser mas sistemático en su búsqueda. Primero ordenó los mensajes por orden de llegada y comenzó a estudiarlos de manera secuencial, luego los leyó de dos en dos, del último al primero y de manera aleatoria. Sus programas de búsquedas, podían, de hecho, detectar problemas incluso en mensajes encriptados o en aquellos que siguieran una cierta codificación. Así pasó varios días tratando de encontrar el eslabón perdido, la razón por la cual sus programas seguían produciendo mensajes de warning. Quizás, se decía, se trataba de un código secreto que existía en los mensajes y que sus programas habían leido. Pero seguía sin éxito, sin poder encontrar nada en los mails de Marta y de Juan José.

Unos días después, sus gurúes volvieron a su oficina. Los warning seguían. Los algoritmos mostraban claramente que había un peligro en los mensajes de Marta. Pero, por alguna razón desconocida, Enrique no podía detectarlo.

Nunca se había topado con un caso semejante. Tenía que encontrarle una explicación, pero por más que lo intentara, no se la conseguía.

Durante los días que siguieron, se aprendió prácticamente los mails de memoria. Cada frase, cada ironía , cada juego, cada conato de pelea, cada excusa, cada olvido, cada término. Estaba claro para él que Marta y Juan José estaban enamorados, y que estaban hechos el uno para la otra, pero las trazas que Enrique tenía no indicaban si éllos se habían dado cuenta o no. Los diálogos le recordaban los intercambios inolvidables de él y Marisa hacía ya tantos años. Marta tenía mucho espíritu, no se dejaba poner el pie encima tan fácilmente y Juan José era o se hacía el despistado, parecía no darse cuenta de nada de lo que estaba pasando.

“Tonto”, se dijo, “ ¡Hay que ver que no entiende!”

Le pidió a sus ayudantes que le hicieran llegar mas trazas, en parte porque quería explorar mas información sobre los warnings y en parte porque tenía una curiosidad no confesada sobre qué terminaba pasando con la pareja. No tuvo éxito en ninguna de las dos empresas: seguía sin descubrir el eslabón que faltaba para explicar los warnings y Marta y Juan José seguían sin decirse nada.

Decidió dar un paso mayor. Se dijo que se trataba de un problema importante de seguridad y que la invasión de la vida privada bien valía el poder resolverlo.

“El poder es para usarlo”, se dijo, asombrado consigo mismo.

Momentáneamente decidió redirigir los mails de Juan José hacia la caja de mensajes perdidos. El plan era simple, desconectar a Marta de Juan José durante unos días para estudiarla más de cerca. Juan José recibiría un mensaje de error cada vez que le escribiera a Marta durante esos días. Se daba unos pocos días para ir al fondo del asunto. Luego, como por arte de magia, ambos recibirían otro mensaje de error con los mensajes retenidos.

Pero las cosas se le complicaron.

Ese día, justo después de la desconexión de Juan José, Marta necesitaba ayuda urgentemente. Su situación era peculiar, y quería saber cuál era la opinión de Juan José.

Y fue así como Enrique se encontró asumiendo el login de Juan José y evaluando opciones, haciendo preguntas y dándose cuenta de que tenía a alguien del otro lado del hilo que estaba realmente pendiente de su opinión, que le preguntaba algo más que qué pensaba de ZumMail o qué pasaba con su red. La situación se siguió repitiendo uno y otro día. Y así , los días fueron pasando, y Enrique se encontró en la extraña situación de traquear a Marta mientras esperaba que élla siguiera compartiendo con él los va y vienes de su situación.

Día a día se daba cuenta de que su jornada comenzaba sólo cuando Marta aparecía. Había creado un programa que anotaba las horas en las que se conectaba, se desconectaba, trabajaba. Jugaba con los resultados para encontrar patterns y, mientras tanto, esperaba al mismo tiempo con ansias que ella lo contactara espontáneamente. Cuando esto pasaba, dejaba pasar un cierto tiempo, fingiendo el despego que el creía que debía sentir Juan José, pero la realidad era que se le iluminaba el día. Sentía que su día había sido vivido únicamente si había seguido el hilo de sus acontecimientos, si sabía lo que élla pensaba y lo que élla quería.

Su veredicto fue implacable: esta vez, se dijo, no era Juan José, esta vez el enamorado era él.


Los días se fueron haciendo semanas. Juan José había tratado en vano contactar a Marta los días que siguieron su desconexión, escribió incluso un mensaje al webmaster de la red para preguntar qué diablos estaba pasando. Pero, en poco tiempo, se quedó tranquilo. Enrique nunca supo mas nada de él. En el fondo, se dijo Enrique, quitándose un poco el sentimiento de culpa de encima, Juan José no debía estar interesado. Si lo hubiese estado, habría tratado de recontactar a Marta contra viento y marea. Eso es lo que él habría hecho. Titubeó con temor al barajar la opción de que se hubiesen hablado por teléfono, pero Marta continuó su comunicación de manera natural, así que se tranquilizó y siguió haciendo el tracking.


El mensaje de error que tenía preparado desde el primer día, seguía allí, en la caja de Drafts, esperando para ser enviado. Cada vez que sus ojos se topaban con el ícono de los Drafts el corazón le daba un vuelco y un sentimiento inédito de culpabilidad se apoderaba de él. Después trataba en vano de convencerse que lo estaba haciendo porque aún no había resuelto el misterio de los warnings pero una voz en la parte de atrás de la cabeza le indicaba que los mensajes de warnings ya no tenían importancia, habían sido reducidos a una excusa alcahueta de esa nueva pasión que se había apoderado de sus horas y de su intelecto.

A veces Esteban y Estela se reunían con él para tratar de obtener más información sobre el asunto, o para ponerlo al tanto de otros mensajes de seguridad que habían obtenido en otras zonas de la red. Enrique les dijo que ya no se ocuparan de este caso, que se lo dejaran a él, mientras despachaba rápidamente todos los otros problemas de red. Marta se había convertido en su único interés.

Enrique siguió traqueando a Marta durante un tiempo. Pero nunca logró conseguir la razón intrínseca de los mensajes. Intentó usar su talento de descodificador y de antiguo debuggeador en Assembler que siempre le había servido en el pasado, pero que esta vez no le estaba sirviendo. De todos modos, se dijo, no le gustaba seguir traqueando a Marta, seguir desconfiando de ella. Estaba seguro que no estaba equivocado. Primero, Marta era socióloga y ya había podido verificar que no sabía mucho de informática. Sus preguntas, respuestas y comentarios mostraban claramente que sus conocimientos en la materia se limitaban a unas pocas aplicaciones Internet y al omnipresente Office. En segundo lugar, sentía que la conocía: su Marta era confiable, no podía ser un espía ocupada en crear problemas en su red o en querer robar los algoritmos de ZumMail.


Fue así como, un buen día, después de pensarlo mucho, decidió jugárselo el todo por el todo. Borró todos los trackers, le dió un delete a todos los programas de patterns y se prometió que nunca ahondaría mas en la pregunta que le hacía dudar de esa mujer extraordinaria que le había mandado la red.

Desde ese día, Enrique se sintió liberado de buena parte de sus demonios, pero quedaba uno, que lo angustiaba y lo atormentaba. El demonio que le recordaba que la relación que se había convertido tan importante para él estaba basada en una mentira. Su historia con Marta era la historia de Cyrano y Roxana en la era electrónica. No encontraba cómo decirle a Marta que el no era Juan José. Cada vez que intentó teclear al respecto, las manos se le congelaron. Escribió mails off-line varias veces que quedaban después olvidados de nuevo en su caja de mensajes de Drafts.



Pero el día de la verdad se acercaba a grandes pasos.

Marta venía a California.

Unas semanas antes, justo después que Enrique borrara todos los implementos para traquear a Marta, se habían confesado mutuamente. Fue así como habían decidido que tenían que encontrarse para ver si la pasión virtual resistía a la fuerza de la verdadera presencia. Nunca se habían visto, ni siquiera en fotos, puesto que Marta, al parecer, ya le había enviado una foto a Juan José, entonces Enrique cambiaba de tema cada vez que élla reiniciaba el tema del intercambio de fotos. Enrique estaba aterrado ante la idea de conocerla personalmente, pero sabía que tenía que dar ese paso y poner las cartas sobre la mesa. Se estaba jugando su futuro con Marta, pero no podía seguir de otra manera.

Marta aprovecharía las vacaciones de Semana Santa en Caracas para viajar a San Francisco y encontrarse con Enrique. Se encontrarían en Union Square, a las once de la mañana en una esquina que ambos habían identificado. Marta tendría un conjunto de jeans rosado, el largo pelo negro suelto, una camisa de cuadros y una bufanda amarrada al cuello. Enrique le describió una de sus camisas hawaianas, la chaqueta Clorophile azul marino, y los pantalones beige de cuando era escalador.

El día convenido fue frío y con viento. San Francisco siempre era así.

Enrique paseó su mirada por la esquina en la que Marta y el debían encontrarse. Allá estaba, sentada de espaldas, vestida de rosado, con una hermosa cabellera negra que le llegaba a los hombros. Enrique se acercó y le lanzó un grito:

“¡Marta!”

Ella se paró y se volteó de inmediato. La primera impresión había sido acertada, se trataba de una mujer alta y delgada tal como Marta se había descrito. Le sonreía abiertamente y tenía unos elegantes lentes que le cubrían buena parte de la cara que se quitó lentamente al percibirse de la presencia de Enrique.

Fue así como, con enorme asombro, Enrique se dio cuenta de que tenía ante el los grandes ojos reilones de Estela que lo miraban con una mezcla de temor y picardía.

A miles de kilómetros de allí, exactamente a la misma hora, Marta Corot y Juan José Conde se reunían en una pastelería del Hatillo para hablar de los planes para el futuro matrimonio con sus familiares y amigos. Todos querían saber mas sobre la manera peculiar que se habían conocido.

Marta y Juan José le explicarían todo con lujo de detalles. Pero nunca podrían explicar porqué, de repente, después que Juan José escribió pidiendo explicaciones por su desconexión al webmaster de ZumMail, el sistema les envió a los dos un login nuevo.

Tampoco podían explicar cómo diablos fue que, al entrar ambos a sus nuevas cajas de correos, se encontraron con que todos los mensajes de ambos estaban intactos y con que había unos nuevos mensajes de error que nunca antes habían visto.

Eran mensajes donde, por primera vez, cada uno se le declaraba al otro.

Eran mensajes que ni Juan José ni Marta recordaban haber nunca escrito.

Apostilla


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