Sunday, May 29, 2005

No vayas a Misa, Elisa 11/7/92 (29/5/5)




No vayas a misa Elisa
porque el sacristán
al verte esos ojos
le causan enojo
y rompe a llorar.

Por el bendito patrón
de por Dios te pido Misa
que no vayas a la iglesia
a servir de tentación .

(...) Vicente Emilio Sojo



Los que hayan estudiado en Colegios religiosos sabrán que, cada primer viernes de mes, había que ir a Misa. ¿Porqué el primer viernes?
No sé, pero se trataba de una costumbre inalterable. Cada primer viernes, antes de almuerzo, una campana especial era tocada y salíamos, las mil y tanto estudiantes en uniforme gris a subir las escaleras del patio que daba a la enorme "capilla" del Colegio.

A decir verdad, a mi las Misas no me disgustaban. No que yo fuera particularmente devota ni creyente, sino que desde que Sor Helena, la directora cultural del Colegio, había decidido remplazar a Sor Gertrudis quien cantaba con acento gallego y voz aguda:

"Si Dios, es alegre y joven, si es bueno y me hace sonreír. ¡Si!"

por el coro mas salsoso de las muchachas de cuarto año, las Misas no eran tan aburridas.

Sor Gertrudis no estaba contenta, no sólo las alumnas de cuarto año habían suplantado a "Dios es alegre, Dios es alegre" por música de los Bee Gees con letra pseudo-religiosa en Castellano, sino que, últimamente, habían incluido en el repertorio de la Misa la canción de Vicente Emilio Sojo "No vayas a Misa, Elisa". En el fondo, la pobre Sor Gertrudis tenía razón, hay que ver que la escogencia de letra no era muy feliz para una Misa a las que tenían que acudir centenas de muchachas adolescentes cada viernes de principios de mes.

Lo que pasaba era que Sor Helena era Venezolana, y, para rematar, artista. Así que tenía debilidad por los autores criollos. A mí siempre me había parecido que Sor Helena se había confundido de vocación. De hecho, cuando se encargaba de las clases de religión, cambiaba su acento nítido de niña bien caraqueña por lo que ella consideraba era un acento mas apropiado de monja española que sabe distinguir las “ces” de la “zetas”. Además, se las arreglaba para repetir palabras claves como “cielo” y “corazón” cada dos frases, para que nos diéramos cuenta de su esfuerzo. Y así, nos daba unas charlas maravillosas sobre le vida de Cristo, tan histriónicas, que al final teníamos todas la sensación de que habíamos asistido a la proyección de una película épica de “Cine Colosal”.Terminábamos, mis compañeras y yo, casi con las lágrimas en los ojos, felices de haber asistido a la clase de religión en lugar de habernos jubilado para saludar a los muchachos que, a su vez, se escapaban del Colegio de varones en frente al nuestro.

Pero divago. Regresemos al Coro.

Sor Gertrudis tenía otras razones para estar molesta. De hecho, las muchachas del Coro habían decidido integrar en su repertorio varias canciones de Juan Manuel Serrat, de las que tienen letra de Antonio Machado. En particular, terminaban la Misa con la que dice:

“Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,

pasar haciendo camino,

camino sobre la mar”

Sor Gertrudis y otras monjas españolas consideraban tales canciones totalmente inapropiadas. Tanto Serrat, como Machado, eran asociados con revolución y anarquía.

Pero, afortunadamente para nosotras, Sor Helena no era muy política ni parecía estar al tanto de los detalles de la guerra civil española. Así que seguimos cantando a Serrat cada primer viernes de mes.


A pesar de que las Misas se habían convertido en todo un concierto, algunas de mis compañeras seguían considerando que era un deber jubilarse de éllas. De hecho, el jubilarse cada primer viernes era de las cosas que las chicas atrevidas debían hacer. Era, en efecto, el primer escalón de una serie de “atrevimientos” que seguían: fumar en los baños, no bajarle el ruedo a los muy cortos uniformes, cruzarle las piernas al joven profesor de matemáticas, salir con “tipos” que les llevaran diez años y pedirles que las fueran a buscar a la salida del Colegio, para que todas los vieran. Entre el grupo que se negaba a asistir a Misa estaban mis amigas, Mercedes y Mirella.

Un día, como que a pesar de no pertenecer al grupo rebelde tampoco pertenecía al de las sapas, mis amigas me invitaron a escaparme con ellas de la Misa.


"¿Pero por dónde?", pregunté. Todas las puertas de escapatoria de la capilla
eran tomadas por las monjas mas viejas, la profesora peruana de psicología (que había sido monja), o, peor aún, por las candidatas a novicias.

Mis amigas se rieron y me dijeron:

"Bruni, espérate y verás, simplemente sigue las instrucciones".

Fue asi como entramos, aquel viernes, con la misma muchedumbre de siempre y nos sentamos en la última fila de la capilla. Al cabo de un rato, subimos al primer piso, donde se instalaba el coro. Nadie se dió cuenta por cuanto nos habíamos mezclado con las muchachas de cuarto año. Cuando nuestras compañeras coristas empezaron a cantar la primera canción, Mercedes y Mirella me indicaron con gestos que me escabullera por una puertecita pequeña que llevaba a una escalerita peligrosa, en forma de caracol. Se trataba de una escalera que daba nada más y nada menos que a una salida secreta de la capilla al convento.

Se decía que el colegio, cuyo nombre no menciono para salvaguardar el secreto de las que aún quieran escaparse de Misa, era una réplica exacta de un antiguo convento español. Cierto o falso, se trata de un monumento impresionante lleno de escaleritas, pasillos, cuartitos y túneles. Yo conocía muy bien la zona de los salones de clases, pero para mi se trataba de la primera vez que entraba al convento mismo, donde vivían las monjas y las novicias. Guiadas por Mirella, tomamos una escalera de bajada que luego se transformó en una escalera de subida y en otra escalera en forma de caracol que llevaba a un techo que se abría para llegar al...¡Campanario!

El campanario no era más que una torre abierta por los cuatro costados en el medio de la cual descansaba una gran campana. Nos sentamos cada una en los arcos de la torre con el corazón en la boca con el miedo y la excitación de que nos fueran a descubrir. Pasamos unos diez minutos riéndonos de nuestra aventura pero, muy pronto, el frío y el aburrimiento se apoderó de mí. Me sentía exactamente como si hubiese podio penetrar en una novela de misterio en la que, después de todas sus aventuras, la protagonista se muere del fastidio. ¡Tanta cosa para andar pasando frío en los arcos de un campanario! Yo comenzaba a pensar que mucho mas divertido era estar en Misa cantando las canciones de Serrat o de Vicente Emilio Sojo. Además, en cualquier momento nos descubrirían ya que cualquiera que pasara podría vernos fácilmente por los cuatro costados de la torre.

"Nos van a ver", dije temerosa.

"No te preocupes, todo el colegio está en la Misa", replicó Mercedes.


"Vamos a tocar mas bien la campana y nos escapamos .." propuso Mirella,
quien siempre tenía ideas por el estilo para acabar con el aburrimiento.

¡Qué ilusas! La campana debía pesar una tonelada y era probablemente
accionada eléctricamente; mas bien podíamos contarnos afortunadas que a nadie se le hubiese ocurrido tocar la campana mientras estábamos allí, ya que como mínimo nos hubiésemos quedado sin tímpanos. Y asi pasamos el tiempo, con Mirella y Mercedes echando chistes, imitando el acento de Sor Gertrudis y burlándose de mi frío y de todos mis miedos.

En eso sonó el timbre del recreo de mediodía lo cual indicaba que la Misa ya tenía tiempo de haber terminado. Ello significaba que la capilla estaría cerrada, que el convento debía estar bien repleto de monjas dispuestas a utilizar su hora de almuerzo y que, por lo tanto no podíamos tomar el camino de venida sin ser descubiertas. ¿Qué hacer?

"El techo", propuso Mirella.

"¿Cuál techo?", preguntamos al unísono Mercedes y yo.

"El de la capilla...."


Esencialmente, Mirella nos proponía que, de alguna manera, saltáramos del campanario al inclinado techo de tejas de la capilla. Es decir que teníamos dos opciones: arriesgarnos a partirnos una pierna o a que nos expulsaran del Colegio por hacer el papel del Zorro, o esperar la expulsión sentadas hasta que nos descubrieran en el campanario. ¡En qué líos me metía Mirella!

Optamos por el riesgo. Fue asi como del campanario saltamos a un pequeño techo y de allí pudimos acceder al gran techo de la capilla. Como era la hora del recreo, las mil y pico estudiantes estaban amontonadas en el patio central del colegio que daba hacia la capilla, así que estábamos a la vista de todo el Colegio. Mirella y Mercedes saludaron con un gesto a la Carlos Andrés a aquellas que se dieron cuenta. Cuando las risas, los griticos de sorpresa y los índices indicadores alertaron la atención de Sor Gertrudis, Mirella, Mercedes y yo ya habíamos encontrado el desnivel que nos permitiría brincar a tierra firme sin ser vistas.

Nos mezclamos con nuestras compañeras y, con voz de sorpresa, preguntamos a la Sor porqué medio Colegio estaba señalando hacia la capilla.

"Pues la verdad es que no se que habrá pasado", dijo Sor Gertrudis.


Acto seguido se volteó con sospecha hacia Mirella...


"Que no te he visto en Misa, Mirella" y agregó,


"¿No estarías haciendo de las tuyas,.. Eh?"

"¿Yo? ¡Ay Sor, hay que ver cómo Ud me calumnia sin razón!" dijo Mirella en su mejor tono de indignación. Y luego siguió:

"Es mas, estuve sentada al lado de Bruni todo el tiempo. ¿Verdad Bruni?"

A mi las salidas de Mirella me hacían reír tanto que hasta los líos en que me metía cotidianamente me parecían graciosos. Me contuve, puse mi mejor cara de buenecita en la que siempre se puede confiar y respondí:

"Si Sor, le aseguro que Mirella estuvo al lado mío todo el tiempo que duró la Misa".


Sor Gertrudis se quedó tranquila y se dispuso a dejar a un lado las sospechas e irse a almorzar.


En el fondo, era bien sabido que yo siempre decía la verdad.

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