El pueblo Venezolano está viviendo una crisis humanitaria sin precedentes. El hambre ha llegado a todas las esferas de la sociedad. Padres e hijos escarban las basuras juntos, compitiendo con perros callejeros abandonados por familias que o se fueron del país o ya no le pueden dar de comer. La malsana búsqueda no es puntual sino que se ha vuelto cotidiana. Con el triste ingenio del que ha conocido tiempos mejores, los escarbadores hierven o le echan vinagre a los restos, para disminuir la posibilidad de intoxicación al ingerirlos. Las madres alimentan a sus hijos con mango verde, que es la única comida que pueden encontrar. Los niños, desnutridos, van a la escuela mareados y regresan de ella pidiendo que al menos le pongan azúcar al mango cotidiano, pero la azúcar es un lujo que ya no existe. El hambre le pega a todos. La gente tiene más huesos, las caras son más angulosas e incluso los fluxes de aquellos suficientemente prominentes como para salir por televisión, parecen quedar más grandes. Todos comen lo que se consigue, cuando se consigue.
Si la situación alimentaria es crítica, la situación médica es criminal. Hoy en día los venezolanos mueren por falta de medicinas. Los diábeticos pasan sus días a la búsqueda del remedio que los deje sobrevivir. Los transplantados viven la angustia de la deterioración progresiva de su estado ante la imposibilidad de conseguir medicinas anti-rechazo. Los cancerosos no tienen manera de que se les haga llegar la terapia que podría salvarles la vida. Los ejemplos que di son críticos pero no exclusivos, ya que en la Venezuela de hoy, cualquier enfermedad es un lujo, dada la falta de antibióticos o de otros remedios de base.
Ante esa crisis sin precedentes, el gobierno ha tomado dos estrategias paralelas. La primera consiste en negar en todas las instancias internacionales que la crisis humanitaria exista y, por lo tanto, rechazar cualquier ayuda extrangera que pueda aliviar el sufrimiento de los venezolanos.
La segunda es la represión más feroz que se haya vivido nunca en el país. La única salida del pueblo es el levantamiento espontáneo, que, a pesar de los visos que le quiere dar el gobierno, no tiene premeditación ni política. El pueblo no está con nadie, está harto, solo quiere que las cosas cambien, que haya comida, que puedan conseguir la medicina para no caerse muerto. Los gases lacrimógenos ya forman parte del paisaje cotidiano de los venezolanos. Así como los tanques, los perdigones, las metras y las balas. Se juzgan a civiles con jueces militares, se busca a la gente dentro de sus casas, sin que haya mandato ni orden de arresto. Se retienen pasaportes. Se insulta y amilana a aquellos que hablen. No se respetan consignas, ni edades, ni sitios. La represión es simplemente omnipresente. Día a día, sin que haya una línea clara, el pueblo se enfrenta de manera desigual contra el gobierno que tiene todas las armas y todos los poderes, sin saber a ciencia cierta cómo terminará el día, ni como terminará esta historia.
Mientras tanto el mundo mira lo que pasa en nuestro país con la incredulidad del que está viendo una película. Nadie, absolutamente nadie, hubiese podido predecir una situación semejante en un país como Venezuela.
La crisis se profundiza ante la terquedad del gobierno en negar la ayuda humanitaria y la amañada propuesta de una Asamblea Constituyente ilegal, que nadie quiere y que tendrá como consecuencia que el grupo actual de gobierno pueda perpetuarse en el poder. La Constituyente no traerá comida a la mesa ni curará a los enfermos, sólo acentuará el deterioro y hará que el estallido social sea aún mas grave.
Venezuela necesita ayuda urgentemente. Médica, alimenticia, diplomática. Venezuela necesita que el mundo reaccione antes de que sea demasiado tarde.
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