Lo conocí en casa de mi familia, en uno de esos viajes de vacaciones de Navidad. Abro la puerta de la casa, que, por mala disposición arquitectónica, da directamente a la sala. Me encuentro con que hay un huesped sentado en una de las poltronas. El personaje en ese momento está solo, se para entonces para saludarme, me da la mano y se presenta a si mismo:
-Soy Aldemaro Romero.
-¿Aldemaro Romero?¿El Aldemaro Romero?, le dije.
El rió, muy divertido de mi incredulidad, que para mi todavía tiene fundamento.
¿Cuántas veces entra uno a la sala de su casa para toparse cara a cara con alguien del calibre de Aldemaro Romero? ¿Cuántas veces en la vida conoce uno a alguien que ha inventado un estilo de música totalmente diferente que lo que estamos acostumbrados a escuchar?¿Cuántas veces tiene uno la oportunidad de conversar con un personaje así?
Me pareció cordial, sencillo, amable. De esa sencillez y calidez que sólo tienen los grandes hombres.
Al despedirse esa noche, como apreciación de nuestro encuentro, me sacó una de sus cartas de presentación, me escribió un pentagrama con tres notas y, debajo, las tres sílabas de mi nombre, que desde entonces pasó a tener una sonoridad de onda nueva.
Aldemaro Romero fue mucho más que música para los que tenemos cierta edad. Independientemente de si nos gusta o no, su música representó una época de optimismo, de vista hacia el futuro, un tiempo en el que todo parecía posible. Un momento histórico en el que había grandes hombres que creaban para las generaciones venideras.
Nunca lo olvidaremos, Maestro!
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