Mi carro estaba esta mañana en el garage de la casa y, a la Universidad, llegaría al estacionamento techado. La temperatura estaba por encima de cero y entonces, me dije, ¿Porqué no irme sin abrigo? Por simple precaución me puse un impermeable ligero, y dejé el abrigo forrado en el closet de la entrada. Nada de gorra. Mi foulard de lana que siempre me acompaña, los guantecitos de cuerito para manejar y unas botas de cuero, que nada tienen que ver con mis botas de invierno impermeables. Casi que de verano, pues.
Fui a buscar a mi colega, al que siempre le doy la cola, y me dispuse a hacer mi ruta cotidiana hacia Montreal. El día estaba más frío que el anterior y yo comenzaba a resentir el hecho de no haberme puesto el abrigo de invierno. Subí la calefacción del carro y me di cuenta por el limpia-parabrisas que comenzaban a caer unos copos de nieve. Qué maravilla llegar a un estacionamiento caliente y con techo, le dije a mi colega... al mismo tiempo que nos dábamos cuenta de que la entrada a la Universidad estaba trancada por una patrulla de policías.
¡Huelga de estudiantes! Nos dijimos. Nos fuimos de inmediato a la otra entrada de la Universidad, luego a la otra y a la otra: todas trancadas. Hasta la pequeña entrada del estacionamiento multipisos que pocos saben dónde queda, tenía una patrulla enfrente. Me paré a preguntarle a las muchachas policías cómo hacía para entrar a la Universidad. Me dijeron que debía entrar a pie, ya que los estudiantes le habían cerrado el paso a los carros.
La forma de protesta me pareció muy efectiva. De hecho, en las estrechas calles llenas prohibiciones de estacionarse que rodean la Universidad, impedir el acceso a los estacionamientos es más efectivo que bloquear cualquier salón de clases.
Di vueltas y por fin conseguí un puesto bastante lejos de la Universidad. La nieve caía cada vez más gruesa y el impermeable, las botas y la falta de gorro eran totalmente insuficientes para el recorrido a la intemperie nevada que tenía que hacer para llegar a la Escuela.
Me acordé entonces de otra historia de abrigos, mucho más truculenta, que ocurrió hace ya varios años.
Era un mes de Marzo anormalmente caliente cuando tuve que ir a un congreso en Boca Ratón. Decidí dejar el abrigo en casa, ya que, después de todo, no hacía frío y, cuando uno regresaba a Montréal, el avión estaba siempre enchufado al terminal con calefacción. Pasé varios días en Florida y, de regreso, tenía unos pantalones bermuda y una chaqueta ligera. El vuelo iba bien, pero unos minutos antes de aterrizar nos anunciaron que en Montréal había un Blizzard, que la temperatura era -18C y que, excepcionalmente, debido al gran número de aviones parados, habría que aterrizar en el medio de la pista y caminar hasta el terminal.
Corrí donde la aeromoza para pedirle que me diera una cobija ya que me era imposible bajarme y correr al terminal sin abrigo y en bermudas con -18C. La aeromoza me regañó indicándome, a mi y otros pasajeros en situación similar, que la gente siempre se olvidaban del clima cuando iban a Florida y que ellos no tenían cobijas....
Al aterrizar seguí insistiendo en que no podían bajarme así. Y entonces uno de los empleados que dan instrucciones en la pista que, por razones desconocidas había entrado al avión, oyó mis quejas, se quitó uno de los dos abrigos olorosos a combustible y me ayudó a correr con él hasta el terminal.
Corrí muerta de frío en la blancura helada de la pista. Era la primera y por el mometo, la única vez en mi vida, que tuve que caminar hacia el terminal de Montréal. Le dí las gracias con un apretón de manos caluroso. Había sido un verdadero ángel, no sabía que habría pasado sin su gentileza.
La moral de la historia.....en Montreal, hasta Mayo, nunca salgas sin abrigo!
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