Es Viernes en la noche, el Restaurant está tan lleno que a pesar de su gran tamaño, tenemos que hacer cola en la entrada. Casi todo el mundo tiene una botella de vino en la mano porque es “Apportez votre Vin”.
Uno de los camareros nos reconoce y nos lleva a una mesa de dos, al lado de la ventana. Nos sentamos, le echamos un vistazo rápido al menu que ya conocemos y pedimos que nos abran la botella de vino que trajimos. Desde el primer sorbo nos damos cuenta de que dimos en el clavo, el vino es muy bueno.
Todo está perfecto hasta que en algún momento, entre la ensalada y el plato principal me doy cuenta de que las voces de mis vecinos de la mesa de al lado tapan nuestra conversación. Son dos hombres solos, frente a una botella de vino, conversando cara a cara en un restaurant repleto un Viernes en la noche. Deben tener treinta largos o cuarenta cortos, uno es más gordo que el otro y ambos tienen rostros agradables.
La conversación de ellos va llenando el espacio que nos separa y la nuestra queda simplemente en sordina. No nos queda más remedio que callarnos la boca y esperar a que sea la hora en la que a ellos les toque probar bocado. No tenemos suerte, nuestros compañeros se las arreglan para hablar y hablar uno a la vez, sin que los suculentos platos que les van sirviendo puedan impedir la chacharachería.
Hablan de plata.
Todas las frases que dicen están relacionadas con la plata. No son grandes transacciones financieras ni venta masiva de bonos, tampoco hablan de las economías emergentes ni de la deuda que les dejaremos a las generaciones futuras. No, estos hombre jóvenes, que se reunen un Viernes frente a una botella de vino hablan de que algo les costó 14.50 y no es deductible de impuesto.
O de que la ex no consiguió inscribir a la niñita en una guardería a 7, por lo tanto le cuesta 29 al día. O de que cómo puede ser que uno de ellos le cubra a su ex todos los gastos de la casa, pero viaje en crucero todos los años. O que ella pueda darse el lujo de vivir en una casa como esa, en lugar del apartamento que el tiene. Se preguntan luego cuál es la manera de proceder si la ex los invita a comer, si invitar significa invitar, o si cada uno paga su parte, y si lo invita de verdad y luego ellos invitan, si hay una diferencia si el restaurante es de carne, donde un plato puede costar hasta 27 o una pizzería cualquiera de esas donde la pizza más cara sólo cuesta 12.
Entre el segundo y el postre, me entero de las mensualidades de los carros respectivos y de cuánto les está costando a uno de ellos mandar a poner el calentador a la piscina de la casa de la ex, que de alguna manera aún está a nombre de ambos. Para no quedarse atrás, el interlocutor da detalles de la transacción que hizo hace ocho años en la que saca la plata de del REER para meterla en la casa, todo libre de impuesto, siempre y cuando cotice al menos 1500 al año.
Finalmente, después de intercambiar información sobre las tasas de las respectivas hipotecas, comparan los precios de la planchadas de camisa en las distintas tintorerías de la zona. Me entero de que la tintorería de al lado cobra 1.85 por camisa, pero la de más allá, las dobla además, por un suplemento de 20 centavos.
Un poco después, el camarero les entrega las cuentas y ellos se apresuran en sacar sus respectivas tarjetas de crédito, firman, se levantan de la mesa y uno de ellos se lleva la botella no terminada del vino que trajeron. Se marchan satisfechos de la cena y de su mutua compañía este Viernes por la noche.
En la mesa de al lado hay cinco mujeres, solas, bonitas y sonrientes, pasando un buen rato juntas y dando un suspiro de alivio al ver que los dos amigos dejan el restaurant.
Nosotros nos servimos de la botella que tenemos en la mesa y saboreamos el vino y la nueva calma. Por fin podremos hablar, y dejar la comunicación de levantadas de cejas y sonrisas burlonas que nos imponían los dos amigos.
-¿Sabes en quién estoy pensado?-Pregunto.
-¿En quién?
-En las dos ex-esposas.
-¿Y qué piensas?
...que son sabias.
No comments:
Post a Comment