Friday, June 20, 2008

La intrascendente historia de unas peonias y una mala jardinera

Mi jardín es el menos bonito de mi calle.

No tiene nada que ver con la manicureada grama Kentucky de mi vecina de enfrente, ni con los siempre verdes redonditos, tallados a la perfección de mi vecino de al lado. No hablemos tampoco del jardín del dentista que vive más lejos, que presenta unos caminitos de piedras de río perfectamente limpios y unas asombrosas combinaciones de vivaces cubresuelos, sauces llorones y hostas floreadas. Mi otro vecino, no contento con la perfección del jardín del frente, hizo un riachuelo artificial en el de atrás que luego cae en un hermoso jardín de agua que se puede contemplar bajo una pérgola que su esposa quiso adornar con una flamante enredadera de rosas. Más allá, al principio de la calle, una señora italiana pasa sus días de verano regando y arreglando un pequeño jardín de estilo rococó que recuerda vagamente a los jardines de Villa d'Este. La señora gana sistemáticamente cada año el premio del mejor jardín de la municipalidad, a pesar de que las malas lenguas le critican que todo es a punta de flores anuales, coquetas y geranios, y que lo difícil sería que lo hiciera con las vivaces. Mi consuelo era mi vecina de al lado, quien confiesa sin pena que odia la jardinería y prefiere emplear su tiempo en blanquear su ropa de un blanco deslumbrante, pero hace dos años se buscó a una amiga que le diseñó unas jardineras y, de alguna manera, se las ha arreglado para mantenerlas discretas pero bien cuidada.

Yo sospecho que los antiguos propietarios de mi casa habían mandado a hacer un jardín profesional. Si fue así, el diseñador de entonces no pensó que las matan crecerían y que tendríamos dos enormes árboles de frutas en el espacio de una pequeña jardinera, pinos cubresuelos que, no contentos de su status, han dedicidido crecer hasta los tres metros y de enredaderas de viña que se comen paredes y vallas varios años después de haber, supuestamente, sido erradicadas completamente.

A esos errores, profesionales o no, de los jardineros anteriores, se agregan mis errores personales de jardinera entusiasta pero sin tiempo ni experiencia: la mata de rosas rugosas que resultó ser tan agresiva que los retoños aparecían en cualquier parte, amenzando la grama y cualquier otra mata, las astilbes plantadas a repetición bajo el mismo árbol que se han negado a crecer, los cubresuelos de distintos tipos, que se dejan avasallar por unas malas hierbas redondas, bonitas y grandes que aparecen al lado del cabanon de la casa, las hostas que crecen tanto que ya no caben en el recinto que les tengo asignado, los helechos sabiamente
plantados en el sitio que no se ven y el pinito de diez centímetros que le dieron a mi hija en tercer grado de primaria plantado cerca de la casa, que ya tiene dos metros y amenaza con comernos toda la luz de la sala.

En vista de mi poco éxito y del poco tiempo que tengo para dedicarle al jardín, no le he contado a nadie que leo secretamente libros de jardinería y que, a escondidas, me meto en la biblioteca municipal de vez en cuando a revisar revistas sobre el tema. Fue en uno de esos libros que encontré un día una hermosa foto de una mata de peonias rosadas plantadas en medio de una grama inmaculada.

En el acto quedé enamorada de la imagen y me dije que tenía que tener una mata como esa.

Sin poner a nadie al tanto de mis planes, me fui al vivero y compré dos pequeñas matas que planté en todo el frente de la casa.

Desde la primera cortada de grama, el resto de la familia ha tenido una enemistad declarada hacia las dos matas. Mi esposo al principio pensaba que eran unas malas hierbas e intentó extirparlas. Lo hubiese logrado si no hubiese sido por un grito que le eché desde la ventana de arriba de la casa. Mis hijos se han quejado cada vez que hay que cortar los bordes alrededor de las matas, y nunca falta quien me recuerde que en primavera, cuando crecen, las matas parecen unos espárragos que alguien hubiera dejado parados en el medio de la grama.

Las peonias tienen, además, ciertas peculiaridades que les han valido mas quejas: las flores duran muy poco, se abren únicamente por la acción de hormigas y las matas quedan poco tiempo paradas ya que se inclinan por su peso después de cualquier lluvia o regada. Para contrarestar el efecto de las hormigas, me he negado a cortar las flores y a meterlas en la casa con lo cual mueren en la mata dejando unos pétalos oscuros, muy feos, en el medio de la grama. Respecto al peso, usé unos tutores durante muchos años, pero entonces mi familia me indicaba que parecían unas rejas en el medio del jardín y que son un fastidio de guardar en la repisa de atrás. Por fin, decidí dejar las matas sin tutores y gozarme simplemente los pocos días de flores inclinadas.


Es cierto que mis peonias duran poco, es cierto que parecen espárragos cuando salen, es cierto que se esmirrian cuando cae cualquier agua, es cierto que las flores se marchitan y se desmoronan dejando una marca marrón nada bonita. Todo eso es cierto, pero durante tres días al año soy una jardinera feliz que admira unas bolas de flores preciosas inclinarse coquetamente en el medio de mi grama.

Hace unos días, en la mañana, cuando salía al trabajo, vi que un carro se paraba en la casa de al lado y una señora salía del mismo cargada de una buena cámara fotográfica digital. Para mi gran sorpresa la mujer, sin decirme nada, se arrodilló frente al jardín de mi casa, enfocó las flores, y una a una fue sacando varias tomas de las famosas peonias. No tuve tiempo de hacerle ningún pedido ni niguna pregunta porque andaba apurada, pero si pude ver que se regresaba
a su carro, sin tomar fotos de la grama Kentucky de mi vecino, del caminito de piedras del dentista o de la enredera de rosas de la vecina de enfrente.

No cabía duda alguna: la mujer se había bajado del carro exclusivamente para fotografiar a mis peonias.

En la cena, con aire de triunfo, le comenté el incidente a los escepticos miembros de mi familia.

"A lo mejor era una periodista de jardines" les dije con orgullo.

Y ellos me contestaron:

"Si y sacaba fotos para mostrar como no hay que plantar las matas".

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