Desde muy pequeña he seguido a Zapata. Creo que no ha habido mañana ninguna, salvo en los años sin Internet, en la que no haya visto una de sus caricaturas. En Caracas solía salir corriendo a las seis de mañana para ser la primera en abrir el periódico. Gracias a él, entendí que el cuerpo interesante era el de las opiniones, que no leía y, si era Domingo, el de los Suplementos. Zapata era críptico para una lectura de niña pero igual me entretenía descifrando a Coromotico. De adulta y desde lejos, los Zapatazos son lo primero que veo en las mañanas en mi computador. Zapata forma parte de mi cotidianidad, como un amigo que se ha tenido durante muchos años. Que nunca falla, que siempre está allí.
Supe con tristeza que no es inmortal, que estuvo a punto de fallar, que había estado enfermo y que había necesitado de una operación mayor. Me sentí muy cerca de él, porque yo también he tenido que vérmelas con la enfermedad. Se que son momentos de angustia y zozobra, pero, a diferencia de Zapata, había una que, afortunadamente, yo no he tenido: la de cómo costearía los gastos médicos.
De hecho, aquí en Canadá, cuando caemos enfermos, nuestro único pensamiento es cómo hacer para volver a estar bien; que no haya errores, que el cuerpo responda. No hay seguros con quien lidear, ni carros que vender, ni casa que hipotecar, ni banqueros que llamar. No hay que ser rico, ni querido, ni conocido, ni talentoso.
Basta con estar enfermo.
Es así como uno comparte su cuarto de hospital con un gran ejecutivo o con un desempleado en bienestar social, con un viejo coronel retirado o con el líder de una comunidad etnica, con la esposa del político o con un peluquero gay al que lo cuida su pareja.
Ante la enfermedad, todos somos iguales y no es la capacidad de pagar lo que aumentará nuestros chances.
Cuando leí de la enfermedad de Zapata y de sus amigos, que han querido hacer subastas y actos especiales para ayudarlo a pagar los costos, no pude menos que reflexionar sobre la noticia. Primero por los buenos amigos que tiene, aunque, mientras más leo de él, más entiendo porqué lo quieren tanto. Segundo porque es una prueba de que su fama y su inmenso talento no han sido utilizados en la búsqueda de la riqueza. Tercero porque me indigna que un caso como el de Zapata esté sucediendo en Venezuela.
Me indigna que en plena bonanza petrolera, un venezolano cualquiera o un ícono como Zapata tengan que recurrir a la solidaridad de amigos para poder costear grandes gastos médicos. Me indigna que el tan hablado Socialismo que tiene diez años en el poder y quiere perpetuarse por quién sabe cuántos más, que nacionaliza hatos ecológicos, cementeras y compañías de telecomunicaciones, que pasa por encima de los colegios profesionales para importar médicos, que tiene plata para Londres, para Boston, para el Bronx, para Evo y para Cristina Kirtchner, que compra miles de millones de dólares en armamento ruso, que gasta millones en captahuellas, me indigna que ese socialismo de micrófono, de cháchara y de chabacanería, ese famoso Socialismo del Siglo XXI no sirva para producir una verdadera medicina social en la que ni Zapata ni el zapatero de la esquina tengan nunca que pensar en otra cosa más que en curarse.
Me digo entonces que lo que le pasó a Zapata es una gran muestra de la enorme ineficiencia, cobardía e hipocresía de Hugo Chávez que se llena la boca con un socialismo de pacotilla, mientras malgasta valiosos recursos y se olvida complemente de cuál es la escencia del verdadero bienestar para todos los venezolanos. Oportunidades iguales a la hora de la enfermedad es mucho más importante y revolucionario que andar nacionalizando empresas que funcionan, andar cambiando la Constitución o andarle quitando la señal y los equipos a RCTV. Me pregunto entonces cuántos Zapatas, sin amigos que los respalden, han tenido que sucumbir ante enfermedades por falta de recursos, en plena bonanza Chavista y me pregunto qué le pasaría a Coromotico si tuviese el mismo mal que su creador.
Ahora bien, a pesar del desvarío político, a pesar de acordarme de ese Chavismo miope, ineficiente, indiferente e hipócrita, siento una gran alegría de que Zapata haya salido adelante, que siga allí, día tras día, como un amigo fiel que no nos abandona nunca.
Me digo finalmente que en la Venezuela de Chávez, a falta de Medicina Social, buenos son los buenos amigos.
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