De pequeña le tenía casi tanto miedo como a sus dos enormes pastores alemanes que el sabía controlar con un sólo comando, mientras me indicaba que no debía tenerles miedo.
Era alto, fuerte, rubio, atlético y las pocas palabras que decía cargaban un acento pesado que mis conocimientos de niña no sabían ubicar. Su presencia me inspiraba autoridad y respeto y no fue sino años después que me di cuenta que su imponente fachada de gran musiú serio, escondía a un ser extremadamente amable y de gran sentido del humor.
Alberto Maekelt era de esos personajes mágicos que Venezuela atrajo en los años cincuenta. Un jóven médico internista que después de conocer los horrores de la Guerra, acepta el reto de llegar a un país desconocido, de naturaleza, costumbres y lengua desconocidas y de enfermedades nuevas, que nada tenían que ver con las europeas. Se mete de lleno al estudio de las patologías tropicales, entre éllas, el mal de Chagas y se convierte en uno de los pilares científicos de la lucha contra esa enfermedad. Fue uno de los pioneros del instituto de Medicina Tropical de la Universidad Central de Venezuela y uno de los grandes formadores de profesionales en ésa área tan fundamental para Venezuela y el mundo, en una época en la que muchos investigadores preferían ocuparse de especialidades tecnológicamente más glamorosas. También se le recuerda por sus trabajos de detección de la Toxoplasmosis, con lo cual ganó uno de los más prestigiosos premios de las Academias.
Fue un verdadero investigador y médico social, de aquellos que exploraron la ciencia y formaron relevo para mejorar el nivel de vida de los Venezolanos, a través de la aplicación del conocimiento riguroso, ayudando a Venezuela a salir de la ruralidad.
Por esas casualidades de la vida, lo estaba recordando hace unos días, agradeciéndole mentalmente el haberme curado de una alergia crónica que me había emponzoñado la adolescencia hasta que el utilizó una cura atípica y efectiva, digna del médico investigador que era. La casualidad quiso que leyera poco después un obtuario en Internet que daba la noticia de su muerte.
Es entonces con una mezcla de tristeza y de nostalgia que escribo este post para hacerle saber a su fantasma amable que nunca le perdí el miedo a los pastores alemanes, pero que me siento privilegiada de haberlo conocido.
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