Sunday, August 10, 2008

El duende y el chicle.

Mi casa tiene un duende.. Un duende que desaparece las cosas y después las hace aparecer. A veces no, a veces las cosas se quedan para siempre desaparecidas sin que haya nada ni nadie que las encuentre. La hélice de metal del Cuisinart, el aparato para medir la tensión, el cortador de pizza, el servidor de helado. Desde que el duende se ha apoderado de la casa, ya no hago canelloni, porque con la hélice de plástico no se muele el relleno, las pizzas se cortan con un vulgar cuchillo y los helados no quedan redonditos cuando los sirvo. Para le tensión nos queda la farmacia.

El duende se ocupa también de las casualidades. Estoy pensando en alguien, y esa persona me llama, me hablan de algo en la mesa, y de repente oigo lo mismo por la radio, casualidades, digo, pero casualidades especiales, que pasan a menudo, sobre todo en la casa, o alreadedor de la casa, o cercanos a la casa.

Mi esposo no cree en eso, para el, mis historias de casualidades y de pérdidas se deben al desorden, al olvido, y a la mente fantasiosa de los que escribimos cuentos intrascendentes.

-Ah ! Es uno de tus cuentos- me dice.


Mis amigas si creen, porque pasa lo mismo en sus casa. Ellas dicen que ése es el mismo duende de los ganchos: el que convierte las medias perdidas en ganchos de ropa. Pero desde que dejé de ir a la tintorería, por protestar por el diferencial de precios entre de las lavadas de las camisas de hombre y de mujer, el duende mío decidió concetrarse en otras cosas. Las medias siguen sin par, pero ya no resucitan en ganchos, sino en cajas de cartón.


La familia produce una cantidad fenomenal de desechos de cartón que tengo que poner al reciclaje. No puede ser que seamos nosotros sólos los que compremos tanta caja, así que tiene que ser el duende el que las hace.. Como no tengo suficiente espacio para reciclar, achato los cartones y trato de que me queden lo más flacos posible.

Un día decidí utilizar una nueva técnica de achatamiento de un cartón de jugo de naranja. Le quité el tapón, lo abrí por arriba, le saqué el jugo y comencé a lavar el interior cuando me conseguí un chicle en el fondo. Pegado. Blanquito.

-¿Estás segura que es un chicle ?- me dije. Acto seguido, conteniendo el asco, lo toqué con la punta de mi índice.

Era un sucucho chicloso y pegajoso, exactamente como un chicle.

Un chicle ! Un chicle en el fondo de mi jugo ! Un chicle después que la familia había bebido jugo durante una semana entera. Un chicle !

Comence a gritar de horror que había un chicle en mi cartón de jugo. La historia me recordaba vagamente la vez que, de muchachita en Caracas, me encontré con una cucaracha en el fondo de mi botella de Pepsicola. Le tengo horror a las cucarachas, y más aún cuando se meten en mi Pepsicola. Así que me acordaba de la cucaracha y de sus patitas peludas y gritaba de incredulidad al ver al chicle. Mi esposo se apresuró en venir a rescatarme, pensando que había sido presa de un incendio, de un mapache, de una marmota o de una ardilla, ya que aquí no hay cucarachas.

No, es el duende, un duende que come chicle y me hace pensar en cucarachas en viejas botellas de Pepsi…

Mi esposo empezó a reirse y me dijo que parecía como si alguien hubiese tomado del pico del cartón y echado el chicle al final. Le dije que no era posible. Primero, ninguno de mis hijos hace nada por el estilo y segundo nadie en la casa, salvo yo, masca chicle.

Es el duende, le dije. Eso o un atentado terrorista. Quién sabe , a lo mejor el chicle es radioactivo. O se trata de espionaje industrial y competencia desleal de una compañía rival. Algún trabajador infiltrado en la fábrica de jugos habrá echado el chicle en el proceso, para que una ama de casa puntillosa, de esas que no sólo reciclan, sino que aplanan las cajas, se diera cuenta, llamara a la policía y a la agencia…o a lo mejor se trataba de un trabajador botado por la transnacional que se dedicaba a hacer el cartón de las cajas

Dije Agencia…¿A qué agencia habría que llamar ?


Afortunadamente en este país hay un número único al que uno puede referirse para cualquier pregunta. Una voz amable, de esas que hablan los dos idiomas oficiales me respondió de inmediato. Le expliqué lo ocurrido y le pregunté a quién debía llamar.

-Aughh ! - me dijo- ¿Un chicle en su jugo de naranja ?- la pobre muchacha trataba de mantener un tono profesional, pero no podía menos que morirse de la grima. Finalmente, me dio un número de teléfono, a partir del cual debía iniciar mis pesquisas.


-Llame a la Agencia Federal de salubridad de alimentos y deje un mensaje.

Eso hice. Quince minutos más tarde, una funcionaria alarmada me llamaba a la casa y me indicaba que debía contactar a la agencia regional de salubridad y, de paso, al número de salud pública de mi aglomeración para determinar si la familia sufría de ningún tipo de consecuencias debido al chicle.

En el número de salud pública, la enfermera me dijo que indagaría a ver qué efecto podía tener un chicle en un jugo de naranja, a qué virus habíamos sido sometidos por el solitario y pegostoso elemento que yacía en el fondo del cartón. Me indicó igualemente que ella misma llamaría a la inspección regional de salubridad de alimentos.

Mientras tanto le fui sacando fotos al chicle bajo todos sus ángulos. Agarré el cartón y lo llevé al sótano, para asegurarme de que no brillaba, uff..no era radioactivo. Busqué en Internet la compañía responsable de hacer los jugos y le envié un correo explicándoles lo sucedido.

Al rato, la oficina regional de salubridad de alimentos me llamó para saber los detalles. Me preguntaron si había dejado algo de jugo que pudiera ser analizado. Maldije mi manía de lavar las cajas vacías. La señora, muy amablemente, me indicó que de todas maneras un inspector vendría a la casa a recoger unas muestas y comenzó a hacer preguntas sobre el estado de salud de cada miembro de la familia.

Fue mientras esperaba que llegara el inspector que se me ocurrió hacer una lista de todas las personas que podían haber tomado el jugo, para avisarles.

Le daba vuelta a la cabeza y erámos sólo nosotros, nadie mas…excepto que..el día anterior mi hija había traido a una amiguita a la casa, a M. que era como de la familia. Busqué el teléfono dentro de la lista de amiguitas que he logrado compilar y que siempre tengo pegada en la nevera.

-¿Alo, M ?-

-Bonjour- respondió M. Al oir su voz sentí un sonido inconfundible: M. estaba mascando chicle.

Tuve entonces un click inmediato, y en vez de advertirle sobre la peligrosidad del jugo de naranja, le prgunté con toda candidez:

-¿Tu por casualidad no habrás tirado un chicle en un pote vacío de jugo, no ?

A lo que M., con voz de tener mucha pena me respondió:

-Si, fui yo, me tomé lo que quedaba del cartón y luego eché el chicle…pero ya no quedaba nada más de jugo, se lo juro…

Di un gran suspiro de alivio. Le di las gracias por su sinceridad, le expliqué la historia y me apresuré en llamar a todas las instituciones de salubridad antes de que llegaran a la casa a ponernos en cuarentena.

Cuando terminé, en medio de las carcajadas sonoras de mi esposo y mis hijos, casi casi que me atrevo a decir que oí una cuarta carcajada.

Era el duende que se había metido en mi cuento intrascendente.

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