Saturday, May 30, 2009

El puesto

Me había tocado Matemáticas 1 con el Profesor Camacho. En la entrada del salón del edificio de Matemáticas y Sistemas, un montón de jóvenes recién ingresados esperábamos atentamente que salieran los estudiantes del curso anterior para poder entrar nosotros. Yo había llegado temprano, como siempre hacía para una primera clase, y pude sentarme entre los primeros puestos.

Unos cursos más tarde comenzamos a darnos cuenta de que las clases de Camacho eran populares y que no bastaba llegar unos minutos antes. De hecho, los alumnos de otros profesores menos dotados en eso de enseñar venían a oir a nuestro profesor. Como consecuencia la clase desbordaba por todos lados: era imposible llegarle a un puesto sin saltar de un pupitre a otro, las puertas del aula estaban abiertas de par en par y muchos se arrinconaban en el piso para tomar nota.

Como consecuencia de la situación me había puesto de acuerdo con un amigo que nos turnaríamos para guardarnos puesto. Con lo cual uno de nosotros llegaba dos horas antes a la puerta del salón a esperar que la clase anterior terminara, entraba y ocupaba los mejores puestos. El método no funcionaba siempre, porque mi amigo no hacía su parte, con lo cual me las arreglaba sola y en cuanto el salón abría sus puertas me abalanzaba hacia el pupitre del medio más cercano que pudiese conseguir y ponía mis útiles para marcar el territorio.

Aquel día había comenzado como de costumbre. El número de estudiantes que esperábamos afuera por el puesto había crecido de manera descomunal así que a pesar de las dos horas de distancia con el principio de la clase, me tocó reservar un puesto en el medio de la sala, no tan cercano a la tarima. Marqué mi pupitre con mi pesado ejemplar del libro de cálculo y me fui a matar el tiempo a la cafetería con la excusa de tomarme un café con leche. Faltaba al menos una hora para que comenzara la clase.

De regreso me esperaba una sorpresa. Un hombre de bigotes, vestido de camisa y pantalón caqui había venido con una cámara para grabar el curso y no se le había ocurrido nada major que quitarme el puesto y utilizarlo para instalar el soporte de la cámara. Yo no lo podía creer, de todos los pupitres, se le había ocurrido quitar justamente el mío.

Entonces, desde la indignación de mis efusivos quince años le expliqué al sorpresivo operador de cámara que cómo se le ocurría quitarme el puesto sin pedirme permiso, que yo había llegado dos horas antes para reservarlo y que nadie me lo iba a quitar. El camarógrafo me miró muy seriamente sin decir palabra, probablemente apabullado por la ira de la que era objeto. El profesor Camacho ya estaba llegando para empezar la clase, así que no había tiempo de seguir argumentando. Agarré mis útiles y me fui para atrás llevando a cuestas la indignación del que cree haber sido objeto de una gran injusticia.

No volví a ver al camarógrafo, pero si a la cámara que sería utilizada en cada clase: el departamento de Matemáticas había decidido arreglar la situación del exceso de estudiantes grabando las clases del respetado profesor Camacho, con lo cual la presión sobre los puestos en clase disminuyó considerablemente...pero yo seguí llegando temprano y tomando en cuenta la posición relativa del trípode antes de reservar pupitre.

Varias semanas más tarde, los muchachos del centro de estudiante congregaron una delegación de estudiantes del primer trimestre para protestar las condiciones del segundo parcial de Matemáticas. Como no tenía nada que hacer en ése momento, me uní al concurrido grupo. Subimos al tercer piso del edificio de Matemáticas y nuestro representante pidió hablar con el director del departamento.

Cuál no sería mi sorpresa cuando de la oficina de dirección salió el silencioso camarógrafo que había sido objeto de mi ira territorial unas semanas antes. El hombre era nada más y nada menos que el director del departamento de Matemáticas!

Quiso la suerte que nunca me tocara como profesor y con los años el incidente fue motivo de chistes y de risas entre aquellos que conocíamos el cuento.

La historia se fue esfumando y quedó olvidada en algún cajón de mi memoria hasta el día de hoy en que vi el nombre del nuevo rector de la Universidad. Me dije que ése nombre me recordaba algo y fue la foto del periódico la que hizo que asociara ese rector de corbata con el mal amado camarógrafo de mi cuento.

Si lo ven por allí, en los pasillos del rectorado o caminando por los jardines de Sartenejas, díganle que le deseo suerte en la enorme tarea que tiene en estos momentos, que desde hace tiempo le perdoné que me dejara sin pupitre y que, pensándolo bien, me parece magnífico que en la Venezuela de entonces un joven director de departamento usara el ingenio para solucionar rápidamente un problema lógistico importante...

...así tuviera que quitarle el puesto a la muchachita esa de la tercera fila.

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