Mi hermano, en su época de dirigente estudiantil hippie, tenía una calcomanía pegada al parachoques de su vieja camioneta universitaria. La calcomanía mostraba un sol sonreido y el slogan: "¿Nuclear? No, gracias". A mi me hacía mucha gracia la calcomanía, por la sencillez del mensaje, la ingenuidad del sol y porque me preguntaba quién carrizo podía estar interesado en tomar el riesgo de desarrollar energía nuclear en Venezuela. Me parecían vainas de hippie de mi hermano, como eso de ponerle un tanque de gas a la camioneta así no encontrara bomba para llenarlo, o irse a acampar al Ávila en las noches frías de Diciembre.
Más tarde, en mis años profesionales, me topé varias veces con estadísticas que indicaban que era una tontería tener tantos miedos. "Duermo más tranquilo al lado de una planta nuclear que una hidroeléctrica, solía decirme uno de mis colegas. Tenía la razón fría de las estadísticas, que nada tiene que ver con nuestra percepción de las cosas. Yo le decía que eran las mismas estadísticas que indican que uno tiene más chance de morir en un accidente de carro que de avión, pero rara vez tenemos miedo en carro, mientras que el avión siempre nos da un cierto respeto.
Recientemente, con la problemática de los gases de efecto invernadero y el cambio climático, la energía nuclear ha ganado ciertos blazones de nobleza y una popularidad creciente. Se la considera "limpia" y sin impacto en el calentamiento del planeta. Pero yo sigo guardando en mente la calcomanía y cuando alguien propone más energía nuclear, hago un llamado mental al final del slogan: "No gracias".
No voy a utilizar el ejemplo de la catástrofe en Japón para decir "se los dije", sino para tirar enseñanzas de lo ocurrido. Por un lado nos enseña humildad, la humildad del ser humano ante los fenómenos naturales que son de tal magnitud, que hasta los mejores ingenieros y los países más preparados no pueden hacerle frente.
Nos enseña que los ingenieros no somos malos: las centrales nucleares están calculadas para resistir el impacto de un avión y el de un terremoto. Las centrales japonesas, tal como estaba previsto, resistieron el impacto del terremoto y los reactores se apagaron automáticamente. Con lo que no contaron los ingenieros fue con el Tsunami que inundaría las salas de máquinas para refrigerar los reactores. Seguramente, los expertos del mundo encontrarán ahora maneras de blindar las salas refrigerantes de cualquier inundación. Pero, mientras tanto, estamos todos en vilo ante la espectativa de un accidente nuclear mayor.
Finalmente, la lección más importante que podemos retener de lo acontecido en Japón es que no se le puede dar energía nuclear a cualquiera. Si esto pasa en el país más organizado y preparado del mundo, imagínense lo que pasaría en Irán, Libia o ...Venezuela.
Digo entonces como decía la calcomanía de mi hermano...¿Nuclear? No, gracias.
PD. Acabo de leer que Chávez ordenó paralizar el programa de energía nuclear venezolano (con lo avanzado que debía estar!!!). Lo más probable es que nunca tuvo intenciones de hacer nada y el desastre de Japón le da la excusa ideal para retractarse. O quizas, uno nunca sabe, leyó el post!
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